POR LA LITERATURA:
INVOCACIONES A NÍNFULAS
Y OTROS DEMONIOS
Esta cuarentena de alta incertidumbre (como la vida misma) ha generado en mi vivencia personal muchas aristas de, digamos, formas de auto-convivencia. He pasado de las páginas matemáticas a los pinceles, de las experiencias oníricas a correr en el parque, de las botellas de vino a la alimentación alcalina (eso quiero creer), del modelamiento matemático a vivir sin expectativas, de los artículos científicos a los lives, de mi aislamiento voluntario a un aislamiento obligado (no hay cambios), de las nuevas lecturas a las re-re-relecturas. Precisamente de lo último me gustaría escribir. La lectura de los mismos libros puede ser un fenómeno diferente. Tiene, pues, otro sabor. Tengo que explicar lo anterior de una manera que no parezca unos de esos idiotas que escribe sobre crítica literaria. Las historias pueden conocerse una y otra vez. Pero uno debería también disfrutar de la forma y, al mismo tiempo, del contenido. Con la forma, para no usar esas palabritas de universidad, quiero decir de cómo uno lo escribe. Personalmente disfruto mucho de eso. No solo es la historia, sino cómo la cuentan. Existe una magia ahí que algunos buenos lectores sabrán apreciar. Empezaré con Lolita de Nabokov. Este ruso era un genio que escribía sus obras literarias en inglés (se sugiere también leer Lolita en inglés). No hablaré de la famosa nínfula pues ya se ha dicho bastante. Quiero creer que los lectores de re-re-relecturas disfrutamos de la precisión quirúrgica de contar una historia. Lo-li-ta. El cine ha hecho famoso a Lolita. Pero creo que, personalmente, el cine me ha decepcionado. Creo que Lolita es Lolita cuando se lo lee. Eso todo con Lolita. Otra obra que lo he disfrutado de una manera, digamos, terapéutica y para reírse de los amores pretéritos (yo me entiendo) es Manon Lescaut de Abate Présvot. La historia es como descender a un cierto infierno de pasiones, digamos, posibles. En realidad la historia hasta parece un caso clínico de amores tóxicos. Pero, creo, que es lo que más sucede si uno se pone a observar la realidad de las así llamadas historias de amor. De todos modos la obra debe ser apreciada literariamente y, también, como una especie de prevención. Se disfruta y, personalmente, se ríe con la historia de Manon Lescaut. Leerlo en francés o en una traducción no pierde su encanto. Pero hay que recordar (en italiano) que traduzione è tradimento. Otra lectura, y en esa misma linea, es Luna Caliente de Mempo Giardinelli. Lo que puedo decir de esa obra es que, a pesar de todos estos años, aún me quedan las imágenes de la historia. Tengo una mente tipo, digamos, netflix. Con Luna Caliente ocurre como si hubiera compartido cierta complicidad (literaria) y una vivencia extra hubiera sido adquirida. Otra vez: yo me entiendo. La forma, digamos breve, de como narra la historia lo hace rica en imágenes. Aún recuerdo esas piernas abriéndose. No contaré la historia. No acostumbro esa mala costumbre. Hay que leer la historia. Pues nadie pide ayuda en su noche de bodas. Finalmente, una obra que lo leí hace muchos años y que de alguna manera (que no puedo explicar) fue como una especie de manual de vida que dice: esto también te puede pasar. Solo diré que un lector también tiene sus vivencias. El libro es Demonio del mediodía de Alonso Cueto. La historia puede ser, en parte, la historia de muchos. Pero la llegada del demonio del mediodía, como la menopausia, es inevitable. La lectura de esas novelas se dieron hace más de dos décadas. A parte de la forma y el contenido, las obras han sido una especie de observatorio literario psicológico. Pero, en última instancia, han formado parte de ese placer que solo la literatura puede proporcionar. Algunos lectores, creo, sabrán entenderme.
INVOCACIONES A NÍNFULAS
Y OTROS DEMONIOS
Esta cuarentena de alta incertidumbre (como la vida misma) ha generado en mi vivencia personal muchas aristas de, digamos, formas de auto-convivencia. He pasado de las páginas matemáticas a los pinceles, de las experiencias oníricas a correr en el parque, de las botellas de vino a la alimentación alcalina (eso quiero creer), del modelamiento matemático a vivir sin expectativas, de los artículos científicos a los lives, de mi aislamiento voluntario a un aislamiento obligado (no hay cambios), de las nuevas lecturas a las re-re-relecturas. Precisamente de lo último me gustaría escribir. La lectura de los mismos libros puede ser un fenómeno diferente. Tiene, pues, otro sabor. Tengo que explicar lo anterior de una manera que no parezca unos de esos idiotas que escribe sobre crítica literaria. Las historias pueden conocerse una y otra vez. Pero uno debería también disfrutar de la forma y, al mismo tiempo, del contenido. Con la forma, para no usar esas palabritas de universidad, quiero decir de cómo uno lo escribe. Personalmente disfruto mucho de eso. No solo es la historia, sino cómo la cuentan. Existe una magia ahí que algunos buenos lectores sabrán apreciar. Empezaré con Lolita de Nabokov. Este ruso era un genio que escribía sus obras literarias en inglés (se sugiere también leer Lolita en inglés). No hablaré de la famosa nínfula pues ya se ha dicho bastante. Quiero creer que los lectores de re-re-relecturas disfrutamos de la precisión quirúrgica de contar una historia. Lo-li-ta. El cine ha hecho famoso a Lolita. Pero creo que, personalmente, el cine me ha decepcionado. Creo que Lolita es Lolita cuando se lo lee. Eso todo con Lolita. Otra obra que lo he disfrutado de una manera, digamos, terapéutica y para reírse de los amores pretéritos (yo me entiendo) es Manon Lescaut de Abate Présvot. La historia es como descender a un cierto infierno de pasiones, digamos, posibles. En realidad la historia hasta parece un caso clínico de amores tóxicos. Pero, creo, que es lo que más sucede si uno se pone a observar la realidad de las así llamadas historias de amor. De todos modos la obra debe ser apreciada literariamente y, también, como una especie de prevención. Se disfruta y, personalmente, se ríe con la historia de Manon Lescaut. Leerlo en francés o en una traducción no pierde su encanto. Pero hay que recordar (en italiano) que traduzione è tradimento. Otra lectura, y en esa misma linea, es Luna Caliente de Mempo Giardinelli. Lo que puedo decir de esa obra es que, a pesar de todos estos años, aún me quedan las imágenes de la historia. Tengo una mente tipo, digamos, netflix. Con Luna Caliente ocurre como si hubiera compartido cierta complicidad (literaria) y una vivencia extra hubiera sido adquirida. Otra vez: yo me entiendo. La forma, digamos breve, de como narra la historia lo hace rica en imágenes. Aún recuerdo esas piernas abriéndose. No contaré la historia. No acostumbro esa mala costumbre. Hay que leer la historia. Pues nadie pide ayuda en su noche de bodas. Finalmente, una obra que lo leí hace muchos años y que de alguna manera (que no puedo explicar) fue como una especie de manual de vida que dice: esto también te puede pasar. Solo diré que un lector también tiene sus vivencias. El libro es Demonio del mediodía de Alonso Cueto. La historia puede ser, en parte, la historia de muchos. Pero la llegada del demonio del mediodía, como la menopausia, es inevitable. La lectura de esas novelas se dieron hace más de dos décadas. A parte de la forma y el contenido, las obras han sido una especie de observatorio literario psicológico. Pero, en última instancia, han formado parte de ese placer que solo la literatura puede proporcionar. Algunos lectores, creo, sabrán entenderme.
(THE CRUSH)