La novela erótica, una tentación, un banquete para todos y para nadie.
Los lectores compulsivos lo saben muy bien, saben que las tentaciones de cruzar el límite no faltan, que las lecturas no bastan, que el otro placer esta ahí, gravitando, provocando, gimiendo, pervertiendo a cada hora. Y esta ahí, latente, después de cada párrafo, en la soledad omnipresente, en las miradas, en los recuerdos, en una poesía, en el semen, en un prenda intima y suave, en la seda, en tu sueño más loco y carnal que siempre imaginaste, en tu eros tirano y en los juegos de piel, en la magia de los pies, en los labios(menores y mayores), en los fluidos turbulentos, en los colores y sus sabores, en los otros sentidos, en la noche y en la luna, en el dolor placentero y el placentero dolor, en tu cerebro, en tu opio, en tu miembro y saliva, en tus ganas de ti.
Cada uno de los dos elementos, escritor y lector, dos cómplices perfectos, contribuye a la danza, a la dinámica de las variaciones del juego, a la búsqueda infinita, insaciable, de ser y no ser, de ser y luego renacer, de encontrarse y perderse en sus locuras, en sus ganas de ser, de pasar los límites, de liberarse. El lector recibe el veneno exquísito. Nadie puede predecir la reacción, nisiquiera el escritor. Muchas cosas se pueden activar, incluso el lector puede descubrir elementos en su interior que no conocia. Un nuevo ser, entonces, se está redescubriendo, modelando o, en todo caso, se está potenciado. Sí, el peligro es latente en esta clase de literatura. Bueno, de eso se trata el asunto. El peligro, la busqueda de límites, la renovación, la locura, el placer, no son cosas que uno espera descubrir, pues están necesariamente ahí, en ese terreno siempre ignoto, siempre atractivo.
Quizás, sin medir los peligro(no tiene por qué hacerlo), el escritor presenta una simulación de lo que puede pasar. Aunque nunca se entere de sus consecuencias. Y puede pasar muchas cosas. Se presenta, pues, un majar exquisito de la imaginación humana, de los sueños húmedos, sucios, sangrientos para ser digerido, masticado pero, sobre todo, saboreado. Bon appetit.
El peligro es parte del juego y el juego es el peligro, entonces bienvenido sea. Nada hay que reclamar. Nada. El lector no sólo es víctima, también es esclavo. Un esclavo desnudo y atado, recibiendo caricias y golpes en sus ganas, en sus deseos más oscuros, más locos. Sin embargo, el esclavo puede liberarse.
Un ser, una imaginación caótica que espera con ansias su turno, eso es el lector: una víctima ideal, una víctima necesaria que complementa el juego de simulaciones, de experiementos, de pruebas tentadoras y juegos ineludibles. En fin, la víctima será siempre el lector, siempre. Y siempre habrá una delicia para él que quiere ir más allá de las simples lecturas:la praxis. El esclavo esta liberado.