viernes, 30 de octubre de 2009

BAKU

Te despiertas hoy. No dormiste bien. Aún es de madrugada, las cinco o las cuatro. No puedes saberlo, no tienes un reloj. Quieres hablar con alguien o escucharte a ti mismo, ni tú mismo lo sabes. Sientes un vacío oscuro, un silencio desesperado y una soledad que te acompaña fielmente...otra vez. Hay esa sensación como cuando un niño se levanta a medianoche y no encuentra a nadie y se siente traicionado. No hay nadie, sólo libros y pedazos de papel donde se escribe cualquier cosa excepto poemas. Enciendes tú laptop, entras a ese link donde esta esa canción, Will You Still Love Me Tomorrow, y escuchas la voz de Amy Winehouse. Te estremeces, hay algo de alivio. No es un día cualquiera. Son esos días que tienes miedo de ti, de ser demasiado curioso, o imbécil, y cruzar la línea, la línea que separa la vida de la muerte. Hay alguien que husmea tus pasos. Tomas una vaso de agua. Sientes el fluir del tiempo, la vorágine que asciende y asciende. Hay silencio a pesar que hay una voz trémula que traspasa todo. Hay silencio. Hay todo y no hay nada. Sales a caminar en las calles de la ciudad. Hay frío y silencio y algunos taxis. Todo está oscuro. El pavimento es gris y el cielo es una bovedad misteriosa. Caminas. No tienes un rumbo. Sólo quieres salirte de ti mismo, escapar. Hay algunas estrellas, pero en realidad no hay estrellas, sólo es un espectro celestial, urbano, jodido. Luchas contigo mismo, contra el vacío, el fluir del tiempo y la nada. Quieres comprender lo incomprensible. Nada te detiene. Caminas, caminas...o sueñas.

“A propósito del sueño, esa siniestra aventura de todas nuestras noches, debemos decir que los hombres se van a la cama diariamente con una audacia que sería incomprensible si no supiéramos que es el resultado de la ignorancia del peligro.” (Charles Baudelaire) 

 

miércoles, 28 de octubre de 2009

PATRIA VERDE


Esto sabemos: la tierra no pertenece al hombre;
el hombre pertenece a la tierra.
Esto sabemos.
Todo va enlazado,
como la sangre que une a una familia.
Todo va enlazado.

Carta del Jefe Indio Seattle.




lunes, 19 de octubre de 2009

ENGRANAJE


Juan Carlos se despertó, como de costumbre, poco antes de la seis. Miró su habitación por un instante: siempre limpia, siempre ordenada, inmutable, con el mismo aspecto y silencio de todos sus amaneceres.
Otra vez, otra vez… existir, no vivir.
Con el amanecer llegaba también la rutina. No había lugar para la resignación. Había que levantarse y continuar. Nada más.
Mi sueño, mi sueño misterioso.
El tiempo transcurría y Juan Carlos, una vez más, se incorporaba a la realidad que había aceptado sin aceptar a través de los años, que ya eran muchos, de su vida de hombre casado y rico.
Suspiro lentamente. Intento en vano recordar mi sueño. Mi sueño extraño. Estaba desnudo frente a dos mujeres hermosas y…no puedo recordar más.
—Hoy es lunes y hay que ir a trabajar comme d’habitude—dijo Juan Carlos en voz baja. Quería decir: otra vez carajo. Sin embargo, no lo dijo. Se calló una vez más.
Hoy es un día más viejo el mundo. El mundo, el mundo. Hoy es un día más en mi vida. Mi vida. Hoy alguien nace, alguien muere, alguien jode. Nada, sólo vacío. Vacío. Todo vacío. Voy a levantarme ahora, debo hacerlo. Sí, debo hacerlo. Trabajar, trabajar, trabajar. Como casi todos los días de la semana me despierto poco antes de la seis, la seis. El despertador me recuerda mi rutina: el trabajo en la oficina. La oficina. El cielo gris del invierno puede verse por mi ventana. El cielo lúgubre. El cielo panza de burro. El cielo triste, triste. Sin embargo, es primavera. Primavera. Al menos eso señala el calendario. Es que, dicen los científicos, el clima ha cambiado en todo el mundo y ésta contaminada ciudad no tenía porque ser la excepción. El mundo. El mundo se esta jodiendo. Al mundo le están jodiendo. El mundo.
Se levantó de su cama, dio algunos pasos en su habitación. Luego miró por un instante, y en silencio, a su esposa, Soledad, que dormía profundamente a un lado de su cama.
Su sueño es hermético. Su semblante me parece tan extraño ahora o son los años que han pasado por su piel. Su piel espuma. Espuma. Su piel bajo mi piel. Sus cabellos, su sonrisa, sus ojazos, su silencio. Mentira. Ahora es una rubia teñida. Su rostro ha adquirido aquella similitud de todos los rostros tratados quirúrgicamente. Era eso y nada más que eso. Ya no existe aquella jovencita très chic que le gustaba estudiar francés ni aquel susurro exquisito que me decía al oído cuando hacíamos el amor: je t’aime, je t’aime, je t’aime...Sí, mi matrimonio es un infierno. El infierno es el matrimonio. Un infierno. Infierno. Ya no hacemos el amor ni tampoco tenemos sexo. Sexo. Cosas muy diferentes. Yo quiero, ella no quiere. Ella quiere, yo no quiero. Ambos no queremos. Dios. Diablos. Dios-Diablo. Diosdiablo, ¿qué nos ha pasado?
Juan Carlos se va al cuarto de baño a…ducharse.
El agua está tibia, tibia como el cuerpo de Maria. Disfruto de mi ducha y me masturbo pensando en Maria, mi nueva secretaria. Mi secretaria. Ma-ri-a. Recuerdo unas cifras del estado financiero de la empresa. Soy el gerente. Al diablo todo eso. Ahora sólo pienso en el perfecto culo de Maria. Me olvido de la empresa. Pienso en el gran trasero de Maria una y otra vez. Maria, Maria, Maria. Imagino tu vagina roja, rosada, violeta, pink, marrón, púrpura, rouge, red, algo rosada, súper chic, algo roja, húmeda, sauvage, cálida, salada, very hot, bien rasurada, beautiful.
Juan Carlos sigue en el baño.
Hubiera preferido no despertarme hoy. Nunca. Seria mejor amanecer en una isla con esos hombrecitos atándome como en los Viajes de Gulliver o, mejor aún, reviviendo otra pesadilla kafkiana. Así, entonces, algo nuevo hubiera ocurrido en mi vida. Sí, algo nuevo. Algo nuevo.
Juan Carlos sigue en el baño.
Mi semen se escurre por el desaguadero. Miró el jabón. El jabón está envuelto con mis cabellos. Cabellos y vellos. Son mis cabellos, mis cabellos y mis pendejos. Sí, mis cabellos y pendejos. Merde. Esa imagen del jabón peludo ya me es familiar: me estoy volviendo calvo. Merde.
Juan Carlos terminó de ducharse. Ahora observa su rostro en el espejo, un rostro lleno de insatisfacción. Va afeitarse.
No sé qué pienso mientras me pongo la espuma de afeitar. Trato de no pensar en nada, pero no puedo. No puedo. Me miro al espejo y me doy cuenta, una vez más, que mis dientes amarillos resaltan más cuando tengo la espuma de afeitar en mi rostro. El espejo, el espejo, el espejo. Mi reflejo. Sí, lo admito, fumo bastante y eso es el precio que hay que pagar, además del cáncer al pulmón, por el placer de un fatal cigarrillo. Mientras me afeito tengo mucho cuidado en no cortarme. Cortarme. Quizás sean el único cojudo, en estos tiempos, que se afeita con una navaja. Navaja. El acero es frío y afilado, está en sus manos mi vida por unos segundos. To be, or not to be, that is the question. El acero es frío y afilado. Afilado. Termino de afeitarme. Me miro al espejo otra vez. El espejo. Mi reflejo. Me echo un poco de colonia en mi rostro, un regalito que trajo mi esposa de su último, y costoso, viaje a Paris. Paris es una puta bien cara. Una puta bien cara.
Juan Carlos sale del baño. Entra en su habitación. Su esposa sigue durmiendo y él la mira por unos instantes. Después mira su reloj despertador—6:38 a.m. — que está sobre la mesa de noche. Deja de mirarlo, y ahora abre su closet. Escoge un terno negro y luego una corbata que combine con su camisa blanca.
Al diablo con eso, cualquier color estará bien. Me quedo en silencio. Silencio. Silencio. Hago lo que tengo que hacer casi mecánicamente: vestirme.
Juan Carlos coge su reloj de pulsera de su mesa de noche y sale de su habitación. Baja unas escaleras alfombradas y se encuentra en su sala. Mira un cuadro, digamos “abstracto”, firmado por Tola, que compró en una galería limeña el año pasado y que cuelga en la pared de su sala. Se siente orgullo de su costosa adquisición. Luego se dirige al comedor y encuentra el desayuno servido. Mira su reloj, un rolex—6: 56 a.m.
El desayuno está servido como siempre. La cocinera sabe muy bien de mi rutina como de mis gustos para desayunar: Tostadas, mermelada de fresa, tocino, queso fresco, café con leche y un vaso de jugo de naranja.
Juan Carlos disfruta el desayuno mientras lee el periódico. Lee los titulares: “Accidente de transito deja siete muertos; Magistrados corruptos serán juzgados y La pobreza aumenta en el interior de país.”
Al diablo todo eso. Veo las cifras de la bolsa, nada nuevo o nada que me preocupe. Deslizo algo de mermelada en mi tostada. La saboreo. Está deliciosa, deliciosa. El tiempo ha sido una flecha, indiferente y fría, que viaja siempre conmigo como si fuera mi sombra.
Juan Carlos mira su reloj: son las 7: 05 a.m.
No sé, pero qué es esa terrible manía de medir el tiempo, de ponerlo todo en su lugar y tener una función determinada. Me aterra no saber el secreto y me aterra saberlo también. Sí, me aterra. ¿Cuál demonio o gran jugador maneja esta máquina?, esta máquina que sigue una autopista oscura sin saber a dónde nos llevará y cuando acabará, ¿cuándo? Sí, la competencia, ese asunto común a todos de mi especie…sólo la apariencia vive en mí, el disfraz eterno, nada más…nada. Soy un hombre rico. No es soberbia decir eso; es, ante todo, una terrible realidad. Tengo una esposa que para de compras todo el día y me dice a diario, esa frase que odio tanto: me voy de shopping, darling. Pero, al menos, comprando sus chucherías en los malls ella libera algo de su angustia. Mi esposa no sabe muchas cosas mías, como por ejemplo que tengo una amante. En realidad, desde hace muchos años, ya no me importa lo que hace mi esposa con su vida. Creo que es lo justo. Mi esposa, también, tiene su amante: un universitario de mierda llamado Jim, sólo eso sé de él, aunque puedo saber más, pero no me importa los asuntos de mi esposa desde hace mucho tiempo ni las cosas que hace con ese pobre huevón . A veces pienso que la vida de mi esposa gira en torno a sus revistas de moda—porquerías ilustradas—, la cirugía estética— yo pago la factura y ya he perdido la cuenta de todas sus operaciones—, sus píldoras de colores—llamada, irónicamente, happiness pills— sus cosméticos; ir al spa; salir de compras y cumplir sus fantasías reprimidas de juventud con su puto y adolescente galán que le mantiene con mi dinero. Lo sé todo y no me importa.
Juan Carlos mira su reloj: son las 7: 21 a.m.
Dios, Dios, Dios. La sociedad de consumo ha llegado a ella como un cáncer lleno de publicidad parasitaria. En el fondo de todo este asunto, ella y yo, somos la misma cosa. La misma cosa. Piezas metálicas de una máquina. La vida de ella, y la mía, es una completa esclavitud. Esclavitud. Leo la sección relax del periódico. Sexo. Sexo. Sexo. Disminuye las ofertas de trabajo y aumenta la prostitución. Sexo. Sexo. Sexo. Dicen que soy un hombre de éxito, ¿qué es un hombre de éxito? Al final del camino sólo soy polvo, polvo. Mis empleados, pobres diablos, me sobonean todo el día. Mis hijos ven en mí un ejemplo a seguir y quieren tal y cual cosa, un auto por ejemplo. Soy un buen padre y les hago su gusto; pero ellos no saben que consumo cocaína. Sí, y de la buena. Mi amante, Celeste, la más antigua y bien puta, dice que soy un bombón. Qué mentira más absurda. Soy un viejo que se cae a pedazos. A mi edad, 52 años, no puedo pensar que ella está enamorada de mí. Sería ingenuo y ridículo pensar eso. Ella sólo quiere mi dinero y eso lo tengo bien claro. Y yo, pobre huevon, se la doy como el departamento y el auto del año que le regale. Money, money, money. Recuerdo cuando la conocí. Fue en una entrevista de trabajo en la empresa. Ella traía su incipiente currí-culo. Yo le di el trabajo. Tenía un buen trasero que valía más que un doctorado y una de esas huevadas de moda llamada MBA. Lo sé ahora, soy un triste viejo verde, verde, verde. A dirty old man. Pero el coño salvaje de Celeste es mío como la beautiful vagina de Maria. Tengo dos lindas vampiresas. Money, money, money. Celeste se irá al país de los gordos para realizar, dice ella, su american dream. Quizás sea una tremenda puta en Las Vegas. No debo ilusionarme con ella ni, mucho menos, pensar que me ama. C’est la vie. Además, si ella se va, Maria ocupará su lugar. En realida Maria ya comparte el lugar de Celeste sin problemas. Maria uses her sex appeal to get whatever she wants.
Juan Carlos mira su reloj otra vez: son las 7: 34 a.m.
Han pasado muchos años para poder resumir mi vida en pocos verbos. Levantarse, bañarse, comer, trabajar, gastar, comer, trabajar, cagar, tirar, comer, gastar, tirar, dormir, levantarse. Soy un engranaje algo gastado y ajustado por tuercas que desconozco, pero todavía útil al sistema. Un engranaje gastado. El tocino estuvo delicioso y miro, discretamente, el buen culo de la cocinera. El culo de la cocinera. Pero ella tiene un rostro de caballo. Caballo. El tiempo corre como una flecha. Una flecha. Tengo que ir al trabajo, mi chofer me espera.
Juan Carlos mira su reloj: son las 7:45 a.m. No acaba el desayuno y sale de su casa al trabajo.


GENTE EXTRAÑA


El año pasado del año pasado del año pasado, por el mes de noviembre, cuando te conocí en las clases de francés, tuve bastante OCIO— lujo escaso en estos tiempos modernos—para leer y escribir lo-que-me-da-la-regalada-gana y olvidarme de los amores pretéritos jamás olvidados. En realidad, por esos tiempos, la universidad (UNT), comme d’habitude, estaba en huelga indefinida otra vez y yo, (in)felizmente, tenía todo el OCIO INDEFINIDO del mundo para hacer lo-que-se-me-da-la-regalada-gana. Todo era chévere por esos tiempos-de-lecturas-ocio donde había leído más libros de lo acostumbrado: The Moment of Creation de James S. Trefil, I WANT TO BE A MATHEMATICIAN de Paul R. Halmos, The Martian Chronicles y Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, Eugenia Grandet de Honore de Balzac, A Clockwork Orange de Anthony Burgess, The Two Mrs. Grenville de Dominick Dumme, Teoría General de los Sistemas de Ludwig von Bertalanffy, Rashomon de Ryunosuke Akutagawa, Somebody’s Done for de David Goodis, Breakfast at Tiffany’s de Truman Capote, A Modern Utopia de H. G. Wells, Los siete locos y Los lanzallamas de Roberto Arlt, The Kon-Tiki Expedition de Thor Heyerdahl, Gödel, Escher, Bach: An Eternal Golden Braid de Douglas R. Hofstadter, El Golem de Gustav Meyrink, American Psycho de Bret Easton Ellis, The Nature of the Universe de Fred Hoyle y otros más. También, digamos, estudié alguito: los-libros-de-mis-cursos-auto-didác-ticos-bien-ché-veres-sin-costo-alguno-y-súper-libres-y-por-la-rega-lada-gana-y-por-el-amor-a-la-bella-matemática-y-sin-profesores-aburridos-corruptos: Number Theory in Science and Communication (Manfred R. Schroeder) y The Little Book of Bigger Primes (Paulo Ribenboim). Natalia, espero no aburrirte con mis asuntos. Ya me estoy saliendo del tema-love. Pero es que a veces soy muy volado y estoy, como se dice, en otro planeta. Me olvido de las cosas más elementales por estar pensando en cosas no muy elementales. Sí, tienes razón, eso de que soy distraído de nacimiento no me lo quita nadie. A veces cruzo una avenida como si estaría en un desierto y si no me ha atropellado algún auto o camión, es porque tengo algo de suerte o las probabilidades están de mi parte. Lo vez, estoy loco. La vez pasada estuve hablando en francés en las clases de inglés y en otra ocasión estuve hablando en inglés en las clases de francés. Putamare. Y otras veces en francés-inglés-español en las clases de francés. Putamare. Una vez dije el nombre de otra chica, Melissa, cuando estuve haciendo sexo con mi chica alguna vez—ahora es mi ex chica y no me quiere verme ni en pintura—aprovechando que mis suegros potenciales se habían ido de viaje. No sabes, Natalia, todo el lío que se armo: ella—la ex— sacrificó mi camisa nueva John Holden y mi jeans Levi Strauss bamba lo botó por la ventana y terminó en una calle de la urbanización Primavera cuyo nombre no me acuerdo pero si estoy seguro que tiene nombre de un músico famoso. Terminé, Natalia, casi calato en la calle, sin mencionar el número indeterminado de tremendas cachetadas que me obsequió la susodicha. Como vez, pequeña, una sola palabra puede ser peligrosa: Melissa. Una sola palabra abre la puerta de otra dimensión, duele.
¿Qué dices querida Natalia? ¿Qué soy un desgraciado y despistado total?
Quizás sí, pero hay una posible explicación que puede, creo, ser razonable: el estilo de como la ex se quejaba, mientras teníamos sexo, se parecía mucho al estilo de Melissa.
¿Qué dices querida Natalia? ¿Qué soy un perro distraído en todo?
Es cierto, me da igual si es de día o es de noche, o si los horarios de las clases, en la UNT, estarán de acuerdo con mi preciado OCIO, el mismo OCIO que aprovecho para escribir, leer o leer-escribir o escribirleer—que no es lo mismo—y asistir a las inútiles tertulias con los amigos de la cofradía de lectores compulsivos. Sí, es cierto, no he asistido a clase muchas veces, Natalia. Pero debes comprenderme, a veces uno tiene en manos un libro exótico y pasa una velada agradable disfrutando de la lectura y te olvidas de todo, inclusive de la Universidad y sus ratas académicas de saco y corbata, y lo que quieres es seguir saboreando el libro, sumergirte. Hay que entender BIEN eso de saboreando el libro sin pensar en comida. Además, pequeña, pierdo mi tiempo escuchando a los cat(r)edráticos que no les gusta—o no pueden—SABOREAR. Se preocupan por engrosar su CV pero no su cabeza. Se enorgullecen que sus estudiantes tengan bajas notas para que uno se piense, dizque, que su curso es difícil. Comprenden—casi nunca—y digieren—lo vomitan— en años los problemas tipo de sus asignaturas y proponen esos mismos problemas en los exámenes para que el estudiante lo resuelva en minutos. Son expertos en la investigación de buscar problemas tipo. Les gusta hablar de la metodología de la investigación científica y todo se escucha bien bonito, sin embargo, es fácil hablar de la guerra pero otra cosa es estar en la guerra. Sí, ese asunto. No tienen facultades buceadoras. No saben aprender-desaprender-aprender-desaprender-aprender… (des)aprender. Esquivan los huesos duros de roer de algún tema. Se aprenden esquemas de silogismos, trozos de pensamientos ajeno-difusos y algoritmos salvavidas de memoria. Nunca intentan pararse sobre sus propios pies—les produce nausea—. Ya no leen. Tienen miedo de cometer errores (error + error + error +…+ error = éxito) y, en su reemplazo, escogen la charlatanería. Se preocupan más por formar sus grupos políticos—son unas verdaderas mierdas de la política a escala “U”— que en formar verdaderos pensadores. Sólo ven una manchita en la hoja, nunca la hoja ni la rama ni el árbol ni el bosque ni mucho menos la selva. Tienen la mala costumbre de convertir lo bello en horrible. Enseñar, creer, dar examen; eso es todo. Hay, también, una cierta arrogancia y esnobismo de decir—o escribir— frases como es fácil de ver, después de cálculos rutinarios, es trivial, etc. Pero todas esas cosas, evidentemente, se ven fácilmente después de años de pensamientos y luego de llenar hojas de formulas para entender algún asunto tedioso. Las cosas, obviamente, nos parecen rutina después de mucho tiempo y luego de haber digerido con cierta dificultad algún objeto. Los problemas nos parecen intuitivamente más obvios después de décadas. De modo que esconder, premeditadamente, algún asunto detrás de una cosa y exhibir un discurso arrogante, no muestra más que una decadente enseñanza y una total mediocridad.
Termino todo esto, Natalia, para reponerme de todo ese aire enrarecido, decadente, de la “U”, citando una frase del matemático G.H. Hardy:
BEAUTY IS THE FIRST TEST: THERE IS NO PERMANENT PLACE IN THE WORLD FOR UGLY MATHEMATICS.
¿Qué dices Natalia? ¿Qué no respeto a mis profesores? ¿Qué falto a la envestidura de los honorables decanos e ilustres rectores? Merde, merde et plus merde. No vale la pena recordar cosas que se pudren. Te puede decir que la “U” es como la guerra de las galaxias: hay los malos y los buenos—el lado oscuro—. Aunque, con frecuencia, los buenos se pasan al lado oscuro por ciertos intereses—generalmente el dinero— y se convierten en seres abominables y monstruosos: estudiantes y profesores que se venden por monedas. Se llega al estado de nadie sabe para quien trabaja. Y lo peor de todo que estos seres sienten cierto orgullo nauseabundo de pertenecer al grupo, nada anónimo, de los famosos y flamantes corruptos. Así tenemos, pues, toda una lucrativa confraternidad con su propia cultura— de la corrupción— y sus normas decadentes y putrefactas de conducta. Generalmente, desde la óptica de un individuo que no pertenece a la comunidad universitaria, se cree que el rector, los vice- rectores, los decanos, el consejo universitario, el tribunal de honor y los jefes de los departamentos académicos y catedráticos están rodeados de cierta aura académica-intelectual-prístina. Tremenda mentira. Por lo general llegan a esos puestos los más pendejos, los que han conversado y negociado bien, los que más sobornaron y tranzaron, adecuadamente, como repartir la torta llamada “U” para que todos estén felices. Hay, querida Natalia, toda una historia undergroud. Así que todos esos discursitos bien adornaditos de lindas palabritas, esas ceremonias donde lucen sus rostros hieráticos o afilosofados, esas medallitas brillantes y bonitas que les gusta lucir, esas reuniones solemnes del consejo universitario, esa mano en el pechito mientras cantan el himno nacional, los nombramientos-arreglos de doctor in horror y causa, las protestitas-teatrales con muchos estudiantes que no saben—o lo saben— que son carne de cañón o tontos útiles, no son más que el oropel dorado o el bonito papel de regalo para envolver la mierda Sí, claro, puede ocurrir que alguien o un grupo proteste. Pero, por lo general, no protestan para denunciar actos de corrupción—aunque lo parezca—, sino, en esencia, protesta porque no le dieron la tajada de la torta, es decir, no forman parte del mundo feliz o, en palabras de ellos, les sacaron del círculo político, más exactamente, ya no recibirán plata. Así que, señores corruptos, NO SE HAGAN LOS LOCOS. Si algo de esto, Natalia, te parece similar a la clase política actual, no es pura casualidad.


(Parte del relato ''Gente extraña'')

GENTE EXTRAÑA


El invierno otra vez—pienso esto mientras miro, desde mi ventana, el cielo gris-ceniza-fastidio-casi-limeño de la ciudad de Trujillo.

No me gusta el invierno. La fría estación se parece, para mí, a una vieja amargada en plena menopausia o a una mujer frígida tirando sin ton ni son. Pero yo nada puedo hacer para interrumpir los ciclos de la naturaleza, mas que abrigarme con LITERATURA, escribir alguna historia —que no serviría de nada—, salir a caminar por alguna calle como todas las calles o tener sexo, del bueno, con la madame M.

No es el frío, que produce rostros melancólicos en la gente, lo que detesto del invierno. Tampoco es la niebla, donde se sumergen las antiguas casonas coloniales, lo que me desagrada de esta estación. Es, ante todo, esa rebeldía de la naturaleza para adquirir la forma de un sueño profundo, un sueño que llega a ser el mío sin quererlo, un sueño del cual ya quiero despertar en verano.

Es en los parques donde puedo sentir más el sosegado corazón del invierno. Todo tiene cierto matiz que armoniza con la estación. La brisa traspasa como un frío cuchillo. El pájaro tiene un canto más sereno. Los árboles son impasibles a su manera. Los recuerdos tienen cierto sabor a chocolate. Los besos tienen sabor a café. Las mujeres caminan con cierto aire misterioso. Y yo, después de leer al borracho incorregible, puedo imaginarme, con cierta facilidad y espanto, la casa Usher bajo cualquier cielo de invierno.

En el invierno—me dijo alguna vez Natalia—fumo más cigarrillos y hago más el amor que en verano—a mí, en cambio, me ocurre lo mismo en verano, pero sin los fatales cigarrillos—. Ella, sin duda, sabe como pasarla bien. Natalia es una amiga trujillana que impresiona con su belleza y a quien, alguna vez, le prometí escribir una historia de amor para que ella lo lea en invierno y lo recuerde en verano. Aunque, con ese asunto del cambio climático, ella puede leerlo, o recordarlo, en invierno-verano o verano-invierno. Sin embargo, hasta ahora, no he cumplido mi promesa—y creo que no lo cumpliré—por estar involucrado, por un lado, en terribles problemas de faldas y, por otro lado, escribir esa cosa llamada historia de amor me resulta, realmente, bien jodido. Lo de ser un asunto jodido me di cuenta, desafortunadamente, mucho después. Mi ofrecimiento, entonces, se convirtió en un asunto realmente fastidioso. Pero, hasta cierto punto, todavía lo consideraba un compromiso pendiente.

Empecé a trabajar en la historia d’amour un día que ya no me acuerdo. Trabajar no sería la palabra adecuada. ¿Cuál seria la palabra adecuada? Nunca la sabré. Talvez sean muchas palabras que se entrelazan, que se combinan como los colores en una paleta de un artista en crisis o se devoran como bestias salvajes. Mientras más escribía, más me torturaba, pero siempre volvía a enfrentarme con las palabras y, en un ritual silencioso y persistente, conmigo mismo. Durante más de cinco años empecé a reunir lo que yo llamo restos de cadáveres insepultos: pedazos de papel dónde escribía, digamos, historias urbanas, notas marginales, garabatos, deshilvanados. No eran historias simplemente, eran más cosas. Eran, por ejemplo, relatos inconexos, muchas tonterías, emociones descontroladas, pensamientos vagos, cólera tardía, placeres escritos, tinta de sangre coagulada, chispa momentánea, algún momento agradable congelado con palabras, aproximaciones toscas, escapes repentinos, caídas inesperadas, metáforas inútiles, ningún misterio revelado, sueños difusos, búsqueda, episodios rutinarios, evocaciones fútiles y, sobre todo, locura. En fin, había reunido varios restos putrefactos de cadáveres insepultos que me servirán para terminar, quizás, algún día el collage que me de cierta tranquilidad y pueda decir “ya no lo toco más”.

En mi morgue literaria tenía brazos que le faltaban manos y manos que le faltaban dedos, tenía varias piernas de apariencia atlética y otras piernas inservibles de anoréxicas—generalmente modelos de pasarela—, varios pares de pies que serian la delicia de algún fetichista necrófilo—si tal fulano existe—, cabezas de políticos con agujeros enormes por donde se podía ver los sesos pudriéndose y llenos de mierda, tenía varios corazones en buen estado, hígados destrozados por la cólera de alguien que nunca se ríe, riñones llenos de piedrecillas—problemas de cálculo… ¿variacional?, ¿estocástico?, ¿diferencial?, ¿integral?—, intestinos como sogas sempiternas, vaginas que parecían orquídeas marchitas, decenas de ojos de todos los colores que rodaban como canicas por el suelo—los ojos azules sirven mucho para comerciales de televisión en un país de cholos—, lenguas largas como si todas fueran del integrante del grupo roquero Kiss que en este momento no me acuerdo su nombre, una colección de senos de todas las tallas—si encontraba, en cambio, senos de alguna vedette, le tiraba a la basura, pues prefería las cosas putrefactas, pero verdaderas, a esas siliconas—, muchos huesos con algo de carne todavía y no me faltaba ninguno de los 208 huesos humanos, cabellos crespos que pertenecían a alguna Medusa humana y que me recordaba a la vieja que despojaba cabellos de los cadáveres en Rashomon, orejas que no eran de Vincent van Gogh ni tampoco del pequeño Julius Bryce Echenique, etc. Tenía todas esas cosas que serían una delicia para Vesalio. Para mí, no obstante, eran las piezas exquisitas, pero inútiles por partes, para crear mi multi-universo o, al menos, mi universo o, en último caso, mi galaxia personal. Poseía casi todas las partes para armar mi Frankenstein; tenía, infelizmente, todas las noches de insomnio para crearlo. Ahora sólo quedaba jugar como el gran jugador, buscar los códigos más pendejos, ser el arquitecto de mis propias catedrales o, algo muy elevado de alcanzar, ser un neófito alquimista buscando los secretos de la pierre philosophale en algún código misterioso de algún libro misterioso de alguna biblioteca misteriosa en alguna ciudad misteriosa de algún país misterioso de algún planeta misterioso de alguna galaxia misteriosa de algún universo misterioso escondido en algún átomo misterioso que pertenece a otra galaxia misteriosa.

¿Y qué será de la pequeña? Ya no sé nada de Natalia: no la he visto desde hace varios inviernos. Atrás quedaron los ça va de las clases de francés, el adverbio aussitôt de pronunciación graciosa(osito), la jovencita crespita de look andrógino que no conversaba con nadie mas que con Natalia, mi síndrome de amores-pasados-no-resueltos-y-bien-jodidos y mis opiniones inadecuadamente francas en situaciones adecuadamente disimuladas, la pose ridícula de un boy leyendo un livre sin leer en la Médiathèque para tratar de llamar la atención de una girl de linda carita y buen culo, la fête de la musique en la Alliance Française with the music of The Beatles interpretado por un grupo (of course) fanatique of The Beatles y le professeur de origen celta: un mec amusant, cultivé, créatif, intellectuellement vif et, quelquefois, soûl. Tantas cosas juntas. Pero basta ya de todo eso. Esa manía de recordar detalles insignificantes, inconexos, me produce un efecto recurrente: una cosa conduce a la otra y todo es, de pronto, como une histoire sans fin.


(Parte del Relato ''Gente extraña''- Jim Fuk Yu - Trujillo 2005)

DESNUDO AL ROJO VIVO



Ella llegó a la hora acordada. Me miro con sus ojos claros. Me regalo una sonrisa. Un beso fugaz, oh, en la boca. Y me dijo:

Hola loco.

Trajo una botella de vino tinto. Ahora tenemos dos botellas………….……………………………………………………………………………………………………………una copa de vino tinto se muere en sus labios……………………………………..su cuerpo hermoso, desnudo……..DESNUDO AL ROJO VIVO…………….

Beso tu oreja. Te digo susurros que son respiros. Beso tu oreja. Te digo versos malditos. Beso tu oreja. Te canto muy de cerca. Beso tu oreja. Te digo insultos. Besos tu oreja. Te digo obscenidades. Beso tu oreja que está ardiendo.

Voy hacia el sur.

Beso tus labios.

Beso tus labios.

Beso tus labios.

Hay magia. Hay algo exótico. Hay un sabor en tus labios rojos. Hay un sabor de agua dulce. Hay una ola de fuego que me envuelve y me atrapa. Me hundo, nos hundimos, vuelo, vuelo, vuelo, volamos. Y remojo mi lengua entre tus labios. Y mi lengua y tu lengua se besan como si fueran dos serpientes.

Voy hacia el sur.

Beso tu cuello blanco como la espuma. Beso tu cuello modigliánico. Soy un vampiro embriagado y un explorador de tu piel. Beso tu cuello. Soy el navegante de tus mares de fuego. Beso tu cuello. Escucho tus suspiros. Te estremeces.

Voy hacia el sur.

Beso tus senos con pasión desmedida. Tus senos firmes. Tus senos que se acuerdan de mí. Beso tus senos. Tus senos que tienen el mismo magnetismo de otras tardes y de otras noches. Beso tus senos con locura. Y vierto vino sobre tus senos. Soy un dipsómano de tus pechos bañados con vino. Beso tus senos. Beso tus senos sabor a vino tinto. Deslizo mi boca, mi lengua, mi locura sobre el surco que separa tus senos. Tus senos, el vino, mi boca, tus latidos, mi lengua, tu piel, mi lengua, el vino, mi lengua. Siento y escucho tu palpitante corazón. Oh, tu palpitante corazón. Beso tus senos. Tus senos que juegan y saltan. Beso tus senos. Te regalo una pizca de dolor que mas es placer: muerdo suavemente tu pezón. Te gusta.

Voy hacia el sur.

Beso tu vientre cálido. Beso tu vientre que es playa de verano. Beso tu vientre donde habitan trémulas mariposas, inquietos pececillos, graciosos delfines, venenosas serpientes, enormes dinosaurios. Beso tu vientre. Beso tu vientre ignoto y fértil. Beso tu vientre. Te estremeces. Beso tu vientre.

Voy hacia el sur.

Beso tu muslo. Te estremeces. Beso la frontera de tu selva negra suavemente. Te estremeces. Hay una electricidad que recorre tu cuerpo. Te estremeces. Hay un fuego que consume tu piel. Te estremeces. Ahora beso tus labios que no son de tu boca. Te estremeces. Y hora despliegas tus alas y levantas vuelo. Te estremeces. Escucho tus gemidos. Siento tu danza. Hay un temblor. Siento el temblor. Te estremeces. Y beso tus labios que no son de tu boca una y otra vez. Te estremeces. Beso los labios que no son de tu boca con mi lengua huracanada. Te estremeces y vuelas. Y remojo mi lengua entre tus labios que no son de tu boca. Tu boca, tu boca, tu boca que no es boca.

Estoy en el sur.

Somos dos locos: mi boca y tu boca que no es boca. Te agitas. Y mi lengua se sumerge en tu pecera. Te agitas. Mi lengua de fuego rema entre tus labios de tu boca que no es boca. Mi lengua entre chapoteos y remojones. Te agitas. Y toco tu punto infinito.

Explosión.

Caos.

Fuego.

Dios.

Locura.
Mi lengua saborea tus labios que no son de tu boca. Te agitas. Mi lengua es incansable, insaciable. Soy un fiel devoto de tus labios, amo y esclavo de tu punto infinito, Nicolle. )



PARTE del relato JIM FUK YU.