(En el paraíso artificial)
Un poeta Bob Esponja
Se dice que sólo los poetas—también los locos—se alimentan de esa cosa alada y misteriosa—y escrita—llamada Poesía. Esa cosa peligrosa que, en su estado sólido, se vende bajo la extraña categoría de poemario y que ha inquietado, aún más, a los escasísimos seres receptivos el deseo de volar hundiéndose, de perderse en sus tentaciones, de explorar el mundo interior, de conocer sus demonios y sus cielos-infiernos, de embriagarse de fuego y emprender el viaje bajo un cielo de rayos instantáneos. Esa cosa del cual los críticos hablan mucho y del cual no se hace nada mas que, natural impotencia, poner etiquetas. Pues, señores, nada se puede decir de algo que no se ama y que no se vive intensamente. Nada se puede decir de algo que no nos queme que nos duela que no nos desgarre que no nos asesine. No se puede amar, como es sabido, algo que no se conoce.
Y esa cosa, POESÍA, está más cerca al FUEGO, al CAOS y a la LOCURA: elementos que escasos individuos pueden soportar—yo no les recomiendo—. Esa cosa es una bomba incendiaria, un alimento para locos, una bebida para suicidas, el fuego para vivir y a la vez para morir, un huracán de gasolina cerca a un cigarrillo encendido, un torrente salvaje y subterráneo, un infarto infinito en un tiempo infinitamente pequeño, un viaje sin regreso y sin fin. Y esa cosa, hay que decirlo, esta prohibida para normales bajo el riesgo de producir diarrea mental o, simplemente, nada.
Los poetas son escasos y únicos, peligrosos si abundan en un mismo punto del espacio-tiempo. Alguien, tal vez el gran jugador del universo o alguna condición inicial impuesta a una misteriosa ecuación de la naturaleza o, quizás, alguna suerte de balance misterioso produce que nazcan pocos poetas y, de se modo, controla la proporción de caos en el mundo. De ahí se colige, además, que no es un buen negocio, señores editores, publicar poesía.
¿Y qué más mis queridos drugos?
Los poetas son paracaidistas sin paracaídas, aviadores sin avión, astronautas sin nave espacial, extraterrestres sin OVNI, marihuaneros sin marihuana, religiosos sin religión, extraterrestres en la tierra, pájaros sin alas, ángeles demonios y demonios ángeles, seres incendiarios, asesinos en serie de ellos mismos, violadores del establishment, santos de los demonios y demonios de los ángeles, niños rebeldes, detectives salvajes, exploradores incansables.
No intento explicar el fenómeno poético, no es mi oficio, y no creo que exista tal oficio en el mundo. Yo ya tengo suficiente con mis quemaduras poéticas de tercer grado—a veces más— y mis caídas que siguen una trayectoria espiral no ascendente. Si algo hay que decir sobre la naturaleza de la cosa, diría, soñoliento, que son tal vez los caprichos de las leyes eternas de la belleza eterna una suerte de musa esquiva que, cuando uno lo ha mirado-vivido, queda loco para siempre. También, sin embargo, estoy seguro, lo siento así, lo vivo, la verdadera belleza es de naturaleza universal, imperecedera. En cambio, y con esto estoy totalmente de acuerdo, las cosas mundanas se desvanecen, tarde o temprano, como los partidos políticos de mierda y los prejuicios también de mierda.
¿Y qué más mis queridos drugos?
Los poetas son como Bob esponja, lo absorben todo. Son esponjas que absorben líquidos incendiarios, vuelos en picada, gritos salvajes, corazones trémulos en plena crisis, mundos mágicos y emergentes, mujeres infieles y misteriosas, musas putas y asesinas, nínfulas exquisitas, vírgenes pecadoras, fuego incandescente, sonidos punzantes, murmullos viajeros, ojos brujos donde hay candelas, luz oscura de claridad, fuego excelso e indomable, paraísos artificiales, noches oscuras, aullidos infernales, sueños azules, caídas hondas de los Cristos del alma, insultos celestiales, ignotos infinitos, escenas dulcemente macabras, sepulturas incandescentes y golpes como el odio de Dios.
Pero, ¿Sierpinski altero las ecuaciones y ocasionó un efecto mariposa, es decir, El aleteo de una mariposa en Nueva York puede ocasionar un tifón en Pekín? La respuesta es no. Sierpinski sólo quería joder al mundo, quería burlarse de la futilidad y del nivel cosmético de la so(u)ciedad literaria contemporánea-comercial-mercenaria. No había poesía. Había una protesta, un grito, una herida sangrienta, un insulto hiriente, un vomito, un libelo y nada más que eso. Sierpinski lo sabía muy bien: había que joder al mundo de los escritores mercenarios, a todos esos putos y cabrones. Sierpinski era el elegido, el poeta que se burlará del mundo porque el mundo ya se ha burlado demasiado de los poetas. La rebelión ha comenzado. Tiene una sola arma de incontables filos: la palabra. La palabra como medio para atrapar, al menos, algo del fuego alado: un puñado de chispa excelsa y esquiva. La palabra para violar a las vírgenes intocables y llenarles el culo con escupitajos calientes. La palabra para abrir la puerta de la libertad, liberar el eco viajero y trémulo, develar la onda misteriosa y mágica. La palabra para abrir las piernas de tu enamorada que se hace la difícil. La palabra como recurso inevitable y exquisito. La palabra como espada para el mar helado que llevamos dentro. La palabra como arma efectiva para cambiar el mundo asolado por la glaciación de las sociedades. La palabra como masturbación infinita. Y no queda otra cosa más inútil que la palabra. Amen.
P.D. Lo de Bob, en el título de este artículo, se debe a que soy admirador de Bob Dylan. No se especule más.
J.F.Y.
(Extracto del cuento(first draft) Literatura Sierpinskiana. Trujillo, 2008. )