Este asunto de describir los detalles insignificantes del día, los acontecimientos y las sensaciones es, creo, una aproximación tosca a un cercano demonio mio. Sí, un demonio inevitable que, con los años y la resignación, he aprendido a sobrellevarlo y, sobre todo, a conocerlo en algo. Pues eso de llegar a los límites del asunto me parece una cuestión absurda; imposible en un fenómeno ilimitado, misterioso, fastidio, loco; con el cual batallo casi todos los días: llegar, en algo, a la cosa en sí. Sin embargo, su naturaleza, misteriosa e ilimitada, lo hace, para mi gusto, un asunto perfectamente interesante.
Simplemente ocurre que estoy en silencio casi todo el día. Trato de no hablar con nadie por mucho tiempo(es bueno y lo recomiendo). Pero trato de que las cosas me hablen a su manera. Las cosas pueden ser muchas; por ejemplo, un árbol, un pájaro o una piedra en el camino o los ojos de una persona cualquiera de la calle.
Además, creo que todo fluye, pero también que todo se comunica a su manera, ya sea mediante un intercambio de energía o un intercambio de palabras que, de alguna manera, es una perdida de energía o una ganancia: hay una recompensa si las palabras han llegado a un oído receptivo o se pierde si las palabras se disipan en la nada.
Observo los detalles, los percibo y los persigo. O, para ser más exacto, ellos me persiguen también. No creo en un pensamiento estático, soy hincha del pensamiento dinámico y sistémico. Hay que conectar las cosas, desmenusarlas, digerirlas, vomitarlas y también comerse los vomitos.
Chau.