Juan Carlos se despertó, como de costumbre, poco antes de la seis. Miró su habitación por un instante: siempre limpia, siempre ordenada, inmutable, con el mismo aspecto y silencio de todos sus amaneceres.
Otra vez, otra vez… existir, no vivir.
Con el amanecer llegaba también la rutina. No había lugar para la resignación. Había que levantarse y continuar. Nada más.
Mi sueño, mi sueño misterioso.
El tiempo transcurría y Juan Carlos, una vez más, se incorporaba a la realidad que había aceptado sin aceptar a través de los años, que ya eran muchos, de su vida de hombre casado y rico.
Suspiro lentamente. Intento en vano recordar mi sueño. Mi sueño extraño. Estaba desnudo frente a dos mujeres hermosas y…no puedo recordar más.
—Hoy es lunes y hay que ir a trabajar comme d’habitude—dijo Juan Carlos en voz baja. Quería decir: otra vez carajo. Sin embargo, no lo dijo. Se calló una vez más.
Hoy es un día más viejo el mundo. El mundo, el mundo. Hoy es un día más en mi vida. Mi vida. Hoy alguien nace, alguien muere, alguien jode. Nada, sólo vacío. Vacío. Todo vacío. Voy a levantarme ahora, debo hacerlo. Sí, debo hacerlo. Trabajar, trabajar, trabajar. Como casi todos los días de la semana me despierto poco antes de la seis, la seis. El despertador me recuerda mi rutina: el trabajo en la oficina. La oficina. El cielo gris del invierno puede verse por mi ventana. El cielo lúgubre. El cielo panza de burro. El cielo triste, triste. Sin embargo, es primavera. Primavera. Al menos eso señala el calendario. Es que, dicen los científicos, el clima ha cambiado en todo el mundo y ésta contaminada ciudad no tenía porque ser la excepción. El mundo. El mundo se esta jodiendo. Al mundo le están jodiendo. El mundo.
Se levantó de su cama, dio algunos pasos en su habitación. Luego miró por un instante, y en silencio, a su esposa, Soledad, que dormía profundamente a un lado de su cama.
Su sueño es hermético. Su semblante me parece tan extraño ahora o son los años que han pasado por su piel. Su piel espuma. Espuma. Su piel bajo mi piel. Sus cabellos, su sonrisa, sus ojazos, su silencio. Mentira. Ahora es una rubia teñida. Su rostro ha adquirido aquella similitud de todos los rostros tratados quirúrgicamente. Era eso y nada más que eso. Ya no existe aquella jovencita très chic que le gustaba estudiar francés ni aquel susurro exquisito que me decía al oído cuando hacíamos el amor: je t’aime, je t’aime, je t’aime...Sí, mi matrimonio es un infierno. El infierno es el matrimonio. Un infierno. Infierno. Ya no hacemos el amor ni tampoco tenemos sexo. Sexo. Cosas muy diferentes. Yo quiero, ella no quiere. Ella quiere, yo no quiero. Ambos no queremos. Dios. Diablos. Dios-Diablo. Diosdiablo, ¿qué nos ha pasado?
Juan Carlos se va al cuarto de baño a…ducharse.
El agua está tibia, tibia como el cuerpo de Maria. Disfruto de mi ducha y me masturbo pensando en Maria, mi nueva secretaria. Mi secretaria. Ma-ri-a. Recuerdo unas cifras del estado financiero de la empresa. Soy el gerente. Al diablo todo eso. Ahora sólo pienso en el perfecto culo de Maria. Me olvido de la empresa. Pienso en el gran trasero de Maria una y otra vez. Maria, Maria, Maria. Imagino tu vagina roja, rosada, violeta, pink, marrón, púrpura, rouge, red, algo rosada, súper chic, algo roja, húmeda, sauvage, cálida, salada, very hot, bien rasurada, beautiful.
Juan Carlos sigue en el baño.
Hubiera preferido no despertarme hoy. Nunca. Seria mejor amanecer en una isla con esos hombrecitos atándome como en los Viajes de Gulliver o, mejor aún, reviviendo otra pesadilla kafkiana. Así, entonces, algo nuevo hubiera ocurrido en mi vida. Sí, algo nuevo. Algo nuevo.
Juan Carlos sigue en el baño.
Mi semen se escurre por el desaguadero. Miró el jabón. El jabón está envuelto con mis cabellos. Cabellos y vellos. Son mis cabellos, mis cabellos y mis pendejos. Sí, mis cabellos y pendejos. Merde. Esa imagen del jabón peludo ya me es familiar: me estoy volviendo calvo. Merde.
Juan Carlos terminó de ducharse. Ahora observa su rostro en el espejo, un rostro lleno de insatisfacción. Va afeitarse.
No sé qué pienso mientras me pongo la espuma de afeitar. Trato de no pensar en nada, pero no puedo. No puedo. Me miro al espejo y me doy cuenta, una vez más, que mis dientes amarillos resaltan más cuando tengo la espuma de afeitar en mi rostro. El espejo, el espejo, el espejo. Mi reflejo. Sí, lo admito, fumo bastante y eso es el precio que hay que pagar, además del cáncer al pulmón, por el placer de un fatal cigarrillo. Mientras me afeito tengo mucho cuidado en no cortarme. Cortarme. Quizás sean el único cojudo, en estos tiempos, que se afeita con una navaja. Navaja. El acero es frío y afilado, está en sus manos mi vida por unos segundos. To be, or not to be, that is the question. El acero es frío y afilado. Afilado. Termino de afeitarme. Me miro al espejo otra vez. El espejo. Mi reflejo. Me echo un poco de colonia en mi rostro, un regalito que trajo mi esposa de su último, y costoso, viaje a Paris. Paris es una puta bien cara. Una puta bien cara.
Juan Carlos sale del baño. Entra en su habitación. Su esposa sigue durmiendo y él la mira por unos instantes. Después mira su reloj despertador—6:38 a.m. — que está sobre la mesa de noche. Deja de mirarlo, y ahora abre su closet. Escoge un terno negro y luego una corbata que combine con su camisa blanca.
Al diablo con eso, cualquier color estará bien. Me quedo en silencio. Silencio. Silencio. Hago lo que tengo que hacer casi mecánicamente: vestirme.
Juan Carlos coge su reloj de pulsera de su mesa de noche y sale de su habitación. Baja unas escaleras alfombradas y se encuentra en su sala. Mira un cuadro, digamos “abstracto”, firmado por Tola, que compró en una galería limeña el año pasado y que cuelga en la pared de su sala. Se siente orgullo de su costosa adquisición. Luego se dirige al comedor y encuentra el desayuno servido. Mira su reloj, un rolex—6: 56 a.m.
El desayuno está servido como siempre. La cocinera sabe muy bien de mi rutina como de mis gustos para desayunar: Tostadas, mermelada de fresa, tocino, queso fresco, café con leche y un vaso de jugo de naranja.
Juan Carlos disfruta el desayuno mientras lee el periódico. Lee los titulares: “Accidente de transito deja siete muertos; Magistrados corruptos serán juzgados y La pobreza aumenta en el interior de país.”
Al diablo todo eso. Veo las cifras de la bolsa, nada nuevo o nada que me preocupe. Deslizo algo de mermelada en mi tostada. La saboreo. Está deliciosa, deliciosa. El tiempo ha sido una flecha, indiferente y fría, que viaja siempre conmigo como si fuera mi sombra.
Juan Carlos mira su reloj: son las 7: 05 a.m.
No sé, pero qué es esa terrible manía de medir el tiempo, de ponerlo todo en su lugar y tener una función determinada. Me aterra no saber el secreto y me aterra saberlo también. Sí, me aterra. ¿Cuál demonio o gran jugador maneja esta máquina?, esta máquina que sigue una autopista oscura sin saber a dónde nos llevará y cuando acabará, ¿cuándo? Sí, la competencia, ese asunto común a todos de mi especie…sólo la apariencia vive en mí, el disfraz eterno, nada más…nada. Soy un hombre rico. No es soberbia decir eso; es, ante todo, una terrible realidad. Tengo una esposa que para de compras todo el día y me dice a diario, esa frase que odio tanto: me voy de shopping, darling. Pero, al menos, comprando sus chucherías en los malls ella libera algo de su angustia. Mi esposa no sabe muchas cosas mías, como por ejemplo que tengo una amante. En realidad, desde hace muchos años, ya no me importa lo que hace mi esposa con su vida. Creo que es lo justo. Mi esposa, también, tiene su amante: un universitario de mierda llamado Jim, sólo eso sé de él, aunque puedo saber más, pero no me importa los asuntos de mi esposa desde hace mucho tiempo ni las cosas que hace con ese pobre huevón . A veces pienso que la vida de mi esposa gira en torno a sus revistas de moda—porquerías ilustradas—, la cirugía estética— yo pago la factura y ya he perdido la cuenta de todas sus operaciones—, sus píldoras de colores—llamada, irónicamente, happiness pills— sus cosméticos; ir al spa; salir de compras y cumplir sus fantasías reprimidas de juventud con su puto y adolescente galán que le mantiene con mi dinero. Lo sé todo y no me importa.
Juan Carlos mira su reloj: son las 7: 21 a.m.
Dios, Dios, Dios. La sociedad de consumo ha llegado a ella como un cáncer lleno de publicidad parasitaria. En el fondo de todo este asunto, ella y yo, somos la misma cosa. La misma cosa. Piezas metálicas de una máquina. La vida de ella, y la mía, es una completa esclavitud. Esclavitud. Leo la sección relax del periódico. Sexo. Sexo. Sexo. Disminuye las ofertas de trabajo y aumenta la prostitución. Sexo. Sexo. Sexo. Dicen que soy un hombre de éxito, ¿qué es un hombre de éxito? Al final del camino sólo soy polvo, polvo. Mis empleados, pobres diablos, me sobonean todo el día. Mis hijos ven en mí un ejemplo a seguir y quieren tal y cual cosa, un auto por ejemplo. Soy un buen padre y les hago su gusto; pero ellos no saben que consumo cocaína. Sí, y de la buena. Mi amante, Celeste, la más antigua y bien puta, dice que soy un bombón. Qué mentira más absurda. Soy un viejo que se cae a pedazos. A mi edad, 52 años, no puedo pensar que ella está enamorada de mí. Sería ingenuo y ridículo pensar eso. Ella sólo quiere mi dinero y eso lo tengo bien claro. Y yo, pobre huevon, se la doy como el departamento y el auto del año que le regale. Money, money, money. Recuerdo cuando la conocí. Fue en una entrevista de trabajo en la empresa. Ella traía su incipiente currí-culo. Yo le di el trabajo. Tenía un buen trasero que valía más que un doctorado y una de esas huevadas de moda llamada MBA. Lo sé ahora, soy un triste viejo verde, verde, verde. A dirty old man. Pero el coño salvaje de Celeste es mío como la beautiful vagina de Maria. Tengo dos lindas vampiresas. Money, money, money. Celeste se irá al país de los gordos para realizar, dice ella, su american dream. Quizás sea una tremenda puta en Las Vegas. No debo ilusionarme con ella ni, mucho menos, pensar que me ama. C’est la vie. Además, si ella se va, Maria ocupará su lugar. En realida Maria ya comparte el lugar de Celeste sin problemas. Maria uses her sex appeal to get whatever she wants.
Juan Carlos mira su reloj otra vez: son las 7: 34 a.m.
Han pasado muchos años para poder resumir mi vida en pocos verbos. Levantarse, bañarse, comer, trabajar, gastar, comer, trabajar, cagar, tirar, comer, gastar, tirar, dormir, levantarse. Soy un engranaje algo gastado y ajustado por tuercas que desconozco, pero todavía útil al sistema. Un engranaje gastado. El tocino estuvo delicioso y miro, discretamente, el buen culo de la cocinera. El culo de la cocinera. Pero ella tiene un rostro de caballo. Caballo. El tiempo corre como una flecha. Una flecha. Tengo que ir al trabajo, mi chofer me espera.
Juan Carlos mira su reloj: son las 7:45 a.m. No acaba el desayuno y sale de su casa al trabajo.