jueves, 16 de abril de 2020

CRÓNICAS DE CUARENTENA SIN CUARENTONAS 3



Los científicos dicen que estamos justo en la culminación de un año galáctico. Aquí, la palabra justo es muchos años todavía.  Estamos  entrando en esos tiempos donde, hace muchos años, los dinosaurios desaparecieron. Sí, dicen que fue un meteoro y su gran explosión o, quizás, armas nucleares. Boom. Ahora no hay dinosaurios, pero sí hay humanos como también computadoras, virus, astronautas y cuarentonas. La rueda está completando otro ciclo. La serpiente se está mordido la cola otra vez.  Yo no sé. Esta tarde me puse mis lentes oscuros y subí a la azotea para tomar un baño de Sol. No vi ovnis. Ni tampoco meteoros. Solo vi a la vecina chismosa que de pronto se puso a barrer su azotea. Pero me hice como si fuera el hombre invisible aunque sabia perfectamente que ella me estaba clavando su mirada. Qué importa. Todavía el gran astro se pasea por buen tiempo en el cielo y espero que sea así por más días. La vitamina D, la vitamina de Dios, es gratis. Se ha contaminado el agua, el aire y la tierra. Pero la luz del Sol se mantiene limpia y no creo que los humanos la jodan. El invierno quizás no sea invierno. Pero espero que el sabor del café mantenga su misticismo. Trujillo no es la ciudad de la furia ni tampoco de la eterna primavera. Ahora hay huaycos y balaceras. Pero igual me gustaría ver a la cuarentona después de la cuarentena y espero que me dejarás dormir al amanecer entre tus piernas, entre tus piernas. Eso de sexo virtual no es para mí.  Ni cagando. Necesito usar todos mis sentidos contigo. Necesito respetar la ceremonia y los previos, la locura y la creatividad, los procesos no-lineales y los procesos biológicos. No soy de reducir una sexualidad multidimensional a una sexualidad binaria, de ceros y unos. Imposible. Los niños deben aprender a cocinar y llevar cursos de nutrición en las escuelas. También deben aprender algo de agricultura básica. Eso es importante para el futuro o, si se quiere, para la supervivencia.  En tiempos de pandemia, y lejos de sus padres, los jóvenes enflaquecen esperando que empiecen sus cursos en la universidad. La mayoría de estos jóvenes se alimentan mal. Prefieren consumir gaseosas que frutas. Digamos que su cultura alimenticia está por los suelos en un país donde todavía las frutas y las verduras son accesibles. Y, gracias a la madre Tierra y al padre Sol, muchos  de estos alimentos aún son orgánicos. Por suerte la agricultura rural resiste y espero que así sea por mucho tiempo. Los intelectuales de la literatura me aburren hasta al infinito (y más allá). Esa costumbre de estos fulanos de poner nombre a todo. Poner nombre a cada época. Tratar de buscar características.  Poner etiquetas con palabritas ridículas. Escribir tantas páginas inútiles.  Y, por sí fuera poco,  todos estos fulanos compiten entre ellos por distinguirse entre quién conoce más palabritas. Presumen conocer títulos-autores-frases. Hacen sus batallas-discusiones. Quieren entrar al mundo literario con la mercadotecnia. Estos fulanos están comiendo piedras y se comen entre ellos. Dios mío. Se están perdiendo algo maravilloso: la literatura en sí. En estos tiempos de pandemia es donde más admiro al Barón Rampante. Seamos como él. Amemos los árboles, mantengamos nuestro círculo y escapémonos al infinito en un globo aerostático. Algunos lectores sabrán comprenderme. Chau.


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