miércoles, 3 de febrero de 2010

BAGUATAR


(Foto: Aber bot)



Vivíamos tranquilo en nuestro verde planeta. Vivíamos entre los árboles y los ríos, entre las ánimas y las plantas, entre el canto del monte y la voz del viento que se desdobla entre las hojas. Los hombres pertenecían a la tierra(pero la tierra no pertenecía al hombre), los hombres nacían de la tierra, de una sola madre, y todos eramos como hermanos, hermanos de sangre y tierra, de lluvia y sol. Conversabamos con nuestras plantas, nuestros apus, nuestras ánimas, nuestras piedras, y así, nuestra vida se enriquecía cada día con un mundo donde el hombre, la naturaleza y las ánimas compartían sus vuelos. Escuchábamos los ikarus del maestro, recibíamos su canto, recibíamos su luz. Todo transcurría bajo las hojas, bajo la luna, cerca al río, cerca a las nubes, bajo las estrellas, bajo los árboles, sobre la tierra, entre las ánimas y el cielo espectral. Y de pronto, llegaron los invasores, trajeron su bulla y sus asesinos, destruyeron a nuestros árboles, mis verdes hermanos. Destruyeron a nuestros ríos y asesinaron a nuestras aves. Mataron a nuestros hermanos que murieron por sus hermanos: los árboles.

Canto a los árboles y a mis hermanos de tierra. Canto a la lluvia que cae sobre la hojarasca crepitante. Canto al canto del pájaro feliz. Canto a los ríos. Canto, canto y canto.

Y mis hermanos lucharon por la vida, por su patria verde, por el porvenir, por sus hijos y las hojas.

Los invasores trajeron el fuego y la pólvora, quemaron nuestras tierras, quemaron mi sangre y mis venas.

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