domingo, 3 de junio de 2018

CÉSAR VALLEJO "TERRUCO" Y OTRAS MEMORIAS

(Muy pronto en los cines-el diseñador de esa portada hubiera hecho un poquito de esfuerzo para 'sacar' los postes de alumbrado público)


Prolegómenos

Tengo una relación muy familiar con César Vallejo. Mientras usted, escaso lector o lectora, siga el hilo de estas lineas posiblemente pueda digerir algo de mi historia o, quizás, no le interese esto en absoluto. No importa. Nunca escribo para un lector común y corriente. Espero, si es que existe, un lector incendiario, un dipsómano confeso, un ser alado, un navegador de los otros cielos o, con algo de suerte o milagro, un poeta de pura sepa. 

No espero que lean esto. Yo escribo para mí. Esto sólo es una manera de explorarme. Es un tour interior. Esto no es un escrito; es, ante todo, un viaje a lo desconocido y a la incertidumbre. Es una broma finita que forma parte del gran chiste cósmico infinito y también una pequeña risa suelta del misterioso fractal universal. Dios es un niño juguetón. Quizás, en última instancia, son imágenes y ondas superpuestas que emergen de lo más profundo y oscuro de mis corrientes subterráneas o, más seguro, mis mamarrachos aflorando.  Yo qué sé.

Hay niveles de lectura o, lo que yo llamo, niveles de digestión poética. La lectura, en un nivel poético, no es una lectura simplemente, sino un instrumento para cruzar el cielo o caerse en los infiernos. Ambos mundos se complementan e intercambian vuelos. Yo pido el nivel que lleve directo al torrente sanguíneo. Esto no es para los críticos que viven en estado crítico. Esos huevones son ociosos y reprimidos, siempre cacarean y aburren.  Pido también un salto cuántico. Me aburren los simples lectores. La poesía para mí no tiene nada que ver con una actividad intelectual. Detesto cuando esos ciegos intelectuales  lo quiere mirar de esa manera. Pobres putos. Conozco pocos poetas y ninguno escribe esa cosa llamada poesía. Quizás existe cierta atmósfera alrededor de un verdadero poeta y eso es suficiente.  Un poeta no puede ser jamás un producto que sale de una fabrica editorial como si fueran los autos de Henry Ford. Los poetas son espíritus libres.


El poeta cadáver

Mi primer encuentro con César Vallejo fue en la biblioteca de la casa de mis padres. Eran los tiempos del país de la infancia. Tuve la suerte, no sé porqué, de empezar mis primeras lecturas con los cuentos de Francisco Izquierdo Ríos (FIR).  En realidad, se puede decir, que aprendí a leer con los cuentos de FIR y los poemas de César Vallejo. El material de lectura, El Canto del Paucar, que eran los cuentos adaptados de FIR para niños de primaria, era para mí toda una delicia(y lo sigue siendo). Leer no era una obligación. Un paseo, una aventura o amar no puede ser una obligación. En la biblioteca existía un hermoso libro: una antología de los poemas de César Vallejo. No sé porqué elegí el poema Masa y, después, Los Heraldos Negros, para recitarlos en los viernes culturales que se realizaban a la hora de la formación en escuela. La primera vez que lo recité, lo recuerdo perfectamente, fue frente a toda la formación de niños y niñas que esperaban, una vez más, otra adivinanza indescifrable de mi autoría. Pero no ocurrió eso en aquella ocasión. Había que ayudar al destete de esos niños con una dosis de poesía. Les di fuego y todo un gran misterio (poesía) y, sobre todo, mucha risa. Creo que se quemaron muchos niños y niñas en esa ocasión. Me latía mucho el corazón en ese momento también y no era por vergüenza o temor, sino de éxtasis. Ya no era el niño que ofrecía adivinanzas en aquella ocasión. Era un aprendiz de poeta, un incendiario, un brujo, un pirómano y un rebelde por la causa del misterio alado. Yo qué sé. ¿Y de qué se reían estos niños imberbes? Se reían de la palabra cadáver del poema Masa(Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo). Al final de ese verso, todo el batallón infantil estallaba en risa y yo era una especie de payaso-poeta. Eso era suficiente para que en la escuela me apoden por mucho tiempo como el poeta cadáver. No importa. Se comprende. Era mucha poesía para ellos, tan tiernos y tan huambrillos



César Vallejo terruco

Por los años noventa en la región San Martín muchas zonas eran consideradas como zona roja. La etiqueta zona roja era un eufemismo de zona peligrosa, zona sangrienta, campo de batalla, crimen impune, asesinatos, masacres o un espacio negro donde la vida humana, simplemente, perdía su valor. La ciudad de Lamas no era la excepción. Eran tiempos literalmente sangrientos y violentos. Cualquier ser humano, por esa época roja, podía ser considerado como un terruco y podía desaparecer de la faz de la tierra sin saber cómo y convertirse, para siempre, en todo un misterio. Hay muchas historias sangrientas, conocidas o no, que aún laten en la memoria colectiva o individual. Hay muchas heridas todavía. Cualquier persona que tenia libros, por más surrealista que parece, podía ser considerado un terrorista por los militares. Las bibliotecas y sus lectores eran considerados, aunque ahora pueda parecer absurdo, como la evidencia y el terruco. Muchos escondían sus libros en lugares inverosímiles o los enterraban como si fuesen cadáveres amados. Un profesor, un estudiante, un bibliotecario o un poeta podía ser, como se dice ahora, terruqueado.  Mi padre era profesor en una escuela. Recuerdo que presentó un escenificación del poema Los Heraldos Negros como parte de la ceremonia de inauguración de las nuevas aulas de la escuela. A dicho evento asistió un general del ejercito peruano, cuyo nombre no recuerdo en este momento pero si sé que el general, años después, estuvo en la cárcel por delito de narcotráfico. Lo cierto es que la escenificación teatral del poema de Vallejo fue calificado por el militar como una apología al terrorismo. Es así que, gracias a esa calificación, al día siguiente vinieron, muy temprano, por la mañana, militares a mi casa y se llevaron a mi padre que, según pude saber después, fue interrogado en los cuarteles del ejercito por culpa de Vallejo. No recuerdo muchos los detalles de ese evento, sólo sé que fue rápido y sorpresivo. Ahora, después de todos estos años, creo que tuvimos algo suerte o alguien intercedió. Mi padre no estuvo mucho tiempo en ese lugar y volvió a casa. Sólo pude escuchar que mi padre estaba muy sorprendido de que los militares que le interrogaron, incluso el general, nunca habían escuchado hablar de César Vallejo en su vida. Después de aquel evento considere, hasta cierto punto, la poesía como algo peligroso y mágico, terrenal y alado, humano y divino. Y, a mí, me gusta el peligro y el misterio. Hasta César Vallejo no se salvo de ser terruqueado en aquella ocasión.  Yo seguí después leyendo más a Vallejo y, cosa hermosa, los libros siguieron aumentando en la biblioteca de mi casa. 



P.D. No soy de patria roja. Soy de patria verde: nací en la Selva. No soy terrorista, soy más peligroso: soy un poeta.


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