domingo, 11 de febrero de 2018

RÍO HUALLAGA



Después de matarlos, de la forma que sea y quién sea, yo les cortó las orejas. Con esas orejas hago llaveros que obsequió a los de mi promoción. Por eso en el cuartel me llaman el artesano. Tengo toda una colección de orejas. No puedo recordar a quién pertenece cada oreja, salvo una: la oreja de María: la adolescente que fue violada por toda la promoción. Sólo puedo decir que seis orejas pertenecen a tres niños por el tamaño, diez orejas a cinco mujeres por el agujero donde tenían los pendientes y un par de orejas pertenecen a un cabro con aretes.

- Los cabros y los terrucos mueren en una - decía el capitán K. 

El carnicero hace su trabajo. Usa cuchillos, aguja huatopa, hilos, machetes y una motosierra. Existe la orden de sólo disparar una bala en la cabeza y sólo una. El carnicero degolla los cadáveres y corta las extremidades. Luego abre sus vientres para llenarlos con piedras y después los cose con hilo de zapatero. El carnicero se ha vuelto un experto en eso. Su frialdad asombraba a los de mi promoción, incluso al capitán K.


- El ejercito tiene que ahorrar municiones - nos decía el capitán K.-. No sigan a Bolognesi con eso de quemar hasta el último cartucho. No sean imbéciles. Así que apunten bien en la cabeza.  

Ayer violamos  a dos mujeres. Una adolescente y la otra, al parecer, su madre. Ellas rogaban por su vida. Pero la decisión ya estaba tomada por el capitán. Estos crímenes nadie puede saberlo. Nadie. El capitán K. se hace el loco y entiende nuestra arrechura. El río guardará todo el secreto.

- Maten a esas dos mujeres y eviten problemas - nos dijo el capitán K. 
- Entendido mi capitán - dijimos. 
- Ustedes me recuerdan - nos decía el capitán K.-  a Pantaleón y sus visitadoras. Arrechos de mierda. 

No sé a qué se refería el capitán K. Él hablaba de un libro que había leído cuando estaba en la Escuela Militar de Chorrillos. También se enorgullecía de haber asistido a una tal escuela de las américas en el extranjero y nos decía que nosotros no habíamos terminado ni la escuela. No sé qué cosas leerá el capitán pero acá violamos a mujeres. Y si el plan no sale bien o se descubre que fueron asesinadas, simplemente decimos que eran terrucasAcá todos son terrucos. Ayer matamos a un joven que tenía muchos libros en su habitación.

- Ese cojudo leía mucho y seguro también era un terruco de mierda - decía el carnicero. 

No sé cuando acabará esta guerra. No sé quién es quién. Yo no quise estar acá. Me obligaron. La leva me cogió en mi pueblo cuando iba a la escuela.


- Ven a servir a tu patria perro conchetumare - me dijeron y me subieron a un camión a la fuerza. 

Mis padres me buscaron en el cuartel para decir que yo era un menor de edad. Pero todo fue inútil. Ellos no tenía dinero y tuve que, como se dice, servir mi patria. Ese día también fue la última vez que vi a mis padres. Nunca más supe de ellos. Quizás también el río sabe qué pasó. Tuve que servir mi patria. No tuve elección. Aunque meses después existió una: la muerte. Fui tan cobarde y no la elegí. 

- Acá matas o te mato - me dijo el capitán K. antes de disparar a María.

Disparé. Ella murió cerca a la orilla del río Huallaga. Era noche de luna llena. Fue la primera vez que maté a un ser humano. Aún tengo en mi mente la imagen de sus grandes ojos fijos que brillaban bajo la luz de la luna.


Sólo he aprendido a matar. Eso me enseño mi patria. Dicen que es por la bandera y la pacificación. Esa bandera que sólo me recuerda a sangre. 

El capitán K. capturaba al azar a cualquier poblador y lo torturaba para que diga que es un terruco. También el capitán K. nos probaba si eramos capaces de matar cuando él lo decidía. 


- Acá todos estos cholos ignorantes son terrucos - oí decir al capitán K. 

Una vez el capitán K. tuvo un mal día. El carnicero había escuchado que estaba en bronca con su esposa que vivía en la capital. El capitán K. se había enterado que ella se acostaba con el general que le asignó a nuestra base. Ese día, por la noche, salió la patrulla. Entramos en varias casas y sacamos a doce personas. El capitán K. mató al primero con un tiro en la cabeza y toda la promoción hicieron lo mismo.

- Todos estos hijos de puta son terrucos pero la más puta es mi mujer - dijo en un evidente estado de ebriedad el capitán K. 

En esa ocasión el carnicero trabajó toda la noche cercenando, sacando los intestinos, poniéndoles piedras y cosiéndolos con su aguja huatopa. Esa noche el carnicero tuvo sexo con el cadáver de una mujer. Tal acción le valió el apodo de violatunchi.  

Recuerdo que el capitán me hizo leer un manual para matar, torturar y desaparecer cadáveres. Es el manual de la escuela de las américas decía con orgullo. Nunca entendí su orgullo. Pero yo era el único que sabia leer de toda mi promoción. 

No he podido, después de todos estos años, borrar de mi mente todo lo que ha pasado y, sobre todo, los ojos de María que son tan parecidos a los ojos de mi hija. Hace años que no puedo ver los ojos de mi hija también. Prefiero quedarme acá, en el trabajo, lejos de mi hogar, en esta mina fría  y mandar el dinero a mi mujer todos los fines de mes.


Llevarlos al bote, navegar por las aguas del río Huallaga y tirar esos cuerpos rellenos de piedras río abajo donde los cuerpos jamás aparecerán y nadie sabrá de ellos.

Ahora  estoy en un bar de Trujillo. Gastando el dinero de mi último sueldo en putas. La calle dónde se encuentra el bar, curiosamente, lleva el nombre de otro asesino: Francisco Pizarro. Los nombres y las imágenes parecen recordarme todo. 


Ya no volveré a subir a las frías alturas de la sierra liberteña. Ya no volveré a trabajar en la mina. Ya no más ese infierno. Me enteré, por los periódicos, que el capitán K. está pudriéndose en la cárcel. Los que no lo conocen dicen que es una injusticia. Pero yo creo que la cárcel nunca será suficiente para él. Ya me conseguí el revolver. Hoy, en el hostal, será mi última noche. Ahora yo puedo decidir. Nadie más me dirá que hacer. Seré el artesano de mi destino. Mis sueños y las imágenes de mi mente ya no me perseguirán más. Ya escribí la carta a mi hija que, con suerte, llegará después de mi muerte a la ciudad de Tarapoto. Ahora podré descansar. 



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