(FOTO: SE ESTA INVESTIGADO)
No era un shapingo cualquiera: era un poeta. A diferencia de los demás shapingos del monte; acostumbrados a bromear con los humanos de la forma tradicional, ya sea transformándose en sus familiares para engañarles o haciéndoles perder por varios días en el monte; este shapingo exigía a los humanos ciertas habilidades poéticas. Por eso, en la comunidad de los shapingos, era conocido como el poeta shapingo. El poeta no molestaba a cualquier humano. No quería perder el tiempo con humanos normales.
Como todo vate, el shapingo poseía el olfato poético para saber si algún humano tenía el don de la vena poética o albergaba un vate en potencia en su interior, esa rara semilla que podía dar frutos en forma de cantos y era capaz de alimentar a muchos corazones calatos. El poeta consideraba de mucha suerte, casi un milagro de la existencia, cuando se encontraba con algún humano de la estirpe de los vates en el monte. Cuando llegaba ese momento todo era un espectáculo. El poeta shapingo solía primero pulsar al poeta humano con sus cantos. Si este no era shepleco, es decir, miedoso, entraban en el juego de completar versos recitados por uno de ellos y se alternaban con versos cada vez más elevados. Y, entonces, el evento poético seguía por días medido en la dimensión del tiempo shapingo mientras que en la dimensión humana sólo eran algunos minutos. Al finalizar el evento, el poeta shapingo obsequiaba algunos cantos que eran llaves interdimensionales o cantos de sanación al poeta humano. Luego se despedía con mucha alegría y desaparecía cantando en el monte.
En la fiesta de los shapingos, es decir, en la fiesta de los carnavales, el poeta shapingo solía bailar solo con tanta energía y belleza que los árboles se extremecian, los añujes bailan alegres en dos patitas a su alrededor y las aves le regalaban sus mejores cantos. El poeta bailaba extasiado. Sintonizado con las estrellas, los arboles, los ríos y las criaturas del monte. A veces parecía un loco y otras veces entraba en un estado de meditación profundo para luego convertirse en un vórtice de energía que desaparecía en la espesura del monte. Su danza, entonces, se sumergía en la totalidad de la selva. Ya no era un poeta o un bailarín en ese momento. Era el mismo baile y la selva al mismo tiempo.
En las noches de luna llena, el poeta shapingo subía hasta lo más alto del cerro Waman Wasi para recitar sus versos. Pues, cuando la luna era madura la energía del poeta se disipaba por toda la selva tanto así que todas las criaturas del monte recibían el canto como una gran bendición y lo acogían en su corazón para siempre. El poeta decía que sus cantos vienen del universo y al universo deben volver.
- Mi canto está ahí y en todas partes - decía también el poeta shapingo -. Si tienes oídos para oír, escucha.
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