jueves, 18 de diciembre de 2014

PAPÁ NOEL TERRUCO Y LOS PEQUEÑOS BRUJOS

Es el corazón el que alcanza la meta. Singan los dictados de su corazón, porque el corazón puro llega más allá que el intelecto. Esta llena de inspiración.
 ---Sri Sathya Sai Baba.



(Brujos)

No tengo recuerdos muy religiosos de navidad o, mejor dicho, la celebración de navidad no tenía, al menos dentro de mi familia, un carácter religioso. Navidad era para mí el mes de los mangos y punto. A pesar que en mi casa había desde  una estatua de Buda, pasando por objetos de simbología cristiana, hasta interesantes   conversaciones con los Raelianos(Lamas era la primera sede a nivel nacional del Movimiento Raeliano Peruano, así que los E.T.s estaban en  Lamas y papá era uno de sus miembros) y  también algunos asuntos chamánicos solapados y  el  uso frecuente de las plantas medicinales(yo me curé muchas veces con las plantas medicinales). Pero nunca existió, digamos, alguna orientación, de parte de mis padres, hacia algún tipo de religión o credo o ideología política. Había pues una total libertad y tolerancia. Mis padres tampoco nunca nos hablaron de ese viejo gordo con problemas de colesterol que entraba por la chimenea y traía regalos a los niños. Sabíamos perfectamente quién compraba los regalos. Creo que mis padres sabían que no eramos tan ingenuos. Mis padres hicieron bien en no imponer nada. Me gustaban las historias. Aunque yo sabía de historias más exóticas, como de las criaturas y duendes de la selva que comparado con el viejo gordo, éstas eran más interesantes y recibían mi total atención(los cuentos de Francisco Izquierdo Ríos eran mis favoritos). Las historias de duendes y sirenas me contaban mis amigos, otros niños de la escuela más enterados y experimentados en el asunto, unos verdaderos especialistas en historias como esa, o algunos señores adultos con habilidades especiales para contar historias. Seguimos. Mis padres nos daban los regalos a mí  y a mi hermano y nosotros sabíamos, perfectamente, que el viejo gordo no tenía lugar en la casa. Los regalos que escogíamos eran armas de juguete. Sin duda alguna, tal gusto bélico era porque por esa época los miembros de MRTA y del ejercito hacían, al menos desde el punto de vista personal de un niño, una especie de película de RAMBO en vivo y en directo, pero más real: habían balas y muertos de verdad. Es extraño, a pesar que ví muchos cadáveres, ya sea de los miembros del MRTA, de la policía o del ejército, y estaba en medio del combate, entre las balas y explosiones, la situación que se vivió en la selva nunca llegó afectarme mucho. Fueron años muy intensos.  En parte creo que no me afectó mucho porque la pintura y el dibujo ocupaban mi tiempo casi al 100%.  El dibujo y la pintura era una manera de escaparme de toda esa realidad sangrienta que no lograba entender. En realidad creo que cualquier ser consciente nunca podrá entender una guerra. Así que por esos tiempos pintaba mucho los árboles, los pájaros y paisajes de mi imaginación.



(Papá Noel con botas de terruco)

Si mis padres hubieran intentado hacernos creer, al menos conmigo, la historia del viejo gordo, les hubiera sido muy difícil: yo ya leía mucho y observaba bastante.  Creo que lo más cercano al viejo gordo fue la fiesta de promoción cuando terminé el jardín. Y lo que más recuerdo de esa fiesta es que tuve que sacarme la camisa para bailar, pues las mangas eran tan ajustadas que no me dejaban moverme bien y me estaban afligiendo mucho. Mamá no pudo hacer nada para impedir que me sacará la camisa. Así que, ante el asombro de todos, baile casi como un Tarzán. Además, la mayor parte del tiempo, yo paraba sin camisa o sin polo, trepando  los árboles de mango. Tuve varias picaduras de hormiga y el encuentro muy doloroso con la bayuca pollito. Bueno, seguimos. Yo no me imaginaba, por nada del mundo, que el supuesto papá Noel usará las mismas botas que usaban los guerrilleros del MRTA que, y esto es verdad, logré ver varias veces a esos guerrilleros en los tiempos en que la selva era un lugar de intenso combate. 

Existe una fotografía donde salimos yo y mi hermano menor junto al supuesto papá noel que usaba las mismas botas de terruco o emerretista o tupashu. Así que yo sospechaba, creía, estaba convencido,  que papá noel era un emerretista más vestido de rojo, el mismo color de pintura que usaban para hacer sus pintas en las paredes de las casas después de un combate intenso con la policía o el ejercito. Recuerdo   lo que los rucos escribían en las paredes después de su victoria, frases como esta: Con las masas o las armas, patria o muerte venceremos.


 
Mis padres ya tenían bastante también con mis travesuras en el jardín o en la escuela. Tanto así que a mí y a mi hermano, al cual yo cuidaba mucho hasta que él cumplió 11 años, nos apodaban terrucos. Mis padres también sabían que era algo independiente y muy solitario para hacer mis actividades escolares. Era, en realidad, un niño poco sociable. No recuerdo mucho a mi padre enseñándome alguna lección o diciendo que haga la tarea de alguna asignatura. Tampoco era de muchos amigos. Sólo recuerdo que hacía las cosas sólo y me gustaba eso. Mi soledad preocupó, creo, en algo a mi madre que insistía en meterme en academias de fútbol mas en un intento de socializarme con otros niños que en participar de una actividad deportiva. Honestamente, también, eso de estar peleando o discutiendo por ser hincha de algún equipo de fútbol me parecía, incluso hasta hoy, algo totalmente ridículo y tonto. Quizás esas discusiones era lo que más odiaba de los entrenamientos. Ahora, después de todos estos años, me gusta mucho el deporte(nadar, correr, baloncesto) pero no soy hincha de ningún equipo(tengo autoestima). No pasé del primer día de entrenamiento en aquella terapia. En realidad yo me aburría mucho con los niños de mi edad. Prefería pintar, leer, caminar por el bosque, subir a los árboles, buscar arañas(para taxidermia), ir al río a nadar, subir a los árboles o estudiar matemáticas tomando algún libro. Lo último era un asunto más de juego personal que una asignatura misma.

Mi principal actividad de niño era pintar. Pintaba bastante, de cuatro a cinco dibujos por día, eso era la actividad donde invertía mucho tiempo hasta que llegó la época de la lectura. Lo que sí me afecto bastante es que una empleada que trabajaba en mi casa se fue robando mi caja de temperas y pínceles. Nunca antes me habían robando. Fue para mí una sensación extraña. Dejé de pintar por buen tiempo.


Los  intentos de mi hermana de convertirme al catolicismo no funcionaron. Ya era demasiado salvaje y preferia los árboles a las iglesias o escuchar misa. Sabian también que me escapaba de las reuniones en la iglesia donde mi hermana, mucho mayor que yo, era una catequista instructora o algo así y era ella también la principal motivadora para que asista a esas reuniones. Los manuales de lectura de la iglesia me parecian terriblemente aburridos e ingenuos. En realidad me aburria mucho también en esas reuniones llenas de cánticos, cuentos demasiados monses y el tú debes. Así que no lograron mi trasnformación. No me gustaba, por ejemplo, que en una tarde una instructora de la iglesia me hicieran memorizar los diez mandamientos o que me hablaba de lo ángeles o el famoso satanás. Ahora que recuerdo, la instructora se incomodaba mucho conmigo o evadía mis preguntas. Hasta alguna vez me llegaron a encerrar en una habitación hasta que me aprendiera de memoria los 10 mandamientos. Yo me escape por la ventana. Ellos se asustaron y no concebían que yo me escapará por la ventana tan alta e aparentemente inalcanzable para un niño. Pero en comparación con trepar árboles esa ventana era pan comido. Hasta pensaron en esa ocasión que era un pequeño demonio y intentaron asustarme con las historias del diablo y las serpientes. No funciono. Pero para mí que desde muy niño ya subía a los árboles(aunque me caí varias veces también) salirme por esa ventana era, repito, pan comido. ¿ Qué había pasado? Sencillamente pensé, en esos tiempos, que una actitud moral no estaba en armonía con la memoria, sino que debía ser  un acto natural que, también, hay que ponerlo en práctica. No mentir, por ejemplo, era algo que no debía memorizare, sino algo que debía practicar. Eso era todo y la explicación de mi rebeldía.


(Fiesta infantil)


Papá tiene que ver algo con Jesús. Me explico. La primera vez que conocí algo de  Jesús fue porque ví a papá crucificado. El hizo la primera actuación, una especie de Cristo Super Star en Lamas(yo lo ví, creo por el año 1986). La primera vía crusis en la selva lo hizo mi padre. Había muchas fotografías de eso. Lástima que se perdieron. También hubo otro acercamiento a Jesús. Una señora que trabajaba en la casa de la familia Benzaquen, la señora Praqui(no sé si era su nombre o su apellido), me obsequió un libro cuando tenía 9 años, el libro se titulaba: La historia de Jesús. El libro se perdió. La biblioteca de la casa era casi pública. Mi padre compartía muchos libros y en esa intención pocos fueron devueltos. Aún tengo en mi mente  los pocos dibujos que contenía el libro y el recuerdo del día en que me regaló. Lo que no recuerdo es el autor.


Papá también, para las comparsas y desfiles alegóricos del jardín, hacía disfraces de brujo para mí y para mi hermano. Los disfraces de brujo eran los más singulares entre todos los disfraces. Un brujo no es visto como una especie de Harry Potter(esas son huevadas), en la cosmovisión de los Kechwa-Lamas es más un curandero, el que cuida al pueblo de los males, el que se comunica con  las ánimas y deidades  del bosque, el que tiene un conocimiento especial sobre las plantas medicinales y sagradas. Aunque también, el brujo, tiene su lado antípoda. En nuestro caso, sin embargo, eramos del lado bueno sin duda alguna. Y hasta ahora se mantiene esa posición. 



(Los otros yacurunas)


Prefería también salir de brujo a que me hicieran salir de paje en los corsos primaverales. Eso sí que era una vaina que no era tanto de mi agrado. En las fotos de paje siempre me muestro molesto y recuerdo bien por qué: que aburrido estar parado tanto tiempo.

Cuando era niño la navidad era esperada porque íbamos a tener juguetes nuevos y de nuestra elección, terminaba el año escolar y porque, además, por los meses de noviembre y diciembre, los árboles de mango daban sus deliciosos frutos en la selva. 


(El lobo en el corso primaveral)


Yo adoraba estar en los árboles de mango y comer de sus frutos. Me gustaba trepar por sus ramas y subir lo más alto posible para ver el cielo y el Sol. Lo más cercano, años después, de revivir otra vez esa experiencia de estar otra vez en un árbol fue el libro de Ítalo Calvio: El Barón Rampante. Creo, ahora, que para leer ese libro, el requísito mínimo es haber estado buen tiempo entre las ramas de los árboles(el buen lector me entiende el asunto). Aún recuerdo esa hermosa sensación de estar en las ramas de un árbol de mango comiendo sus frutos. Me comía muchos mangos en una solo día. Aún tengo el agradable recuerdo del sabor singular del mango de la selva. 

Nunca cambiaría ni niñez en la selva por nada del mundo. Y si otra vez volviera a nacer, me gustaría nacer en la selva, cerca al río, entre los pájaros y árboles.  Eso, pues, era mi diciembre. 


(Mis primos "mosanderos": José Chavarri y "Pepe" Reátegui)


Bueno, aún tengo mucho de niño, sigo siendo el mismo Peter Pan. Sigo siendo el mismo niño de siempre, sólo con un grado universitario que no cambia en nada ni da nada a esta bella niñez. Tengo una biblioteca personal que es mi único tesoro.  También me cuesta aún poder mentir y tengo  problemas con eso que llaman mantener la etiqueta social o socialiazarse más.  

Ser niño, estoy convencido, no es una edad cronológica, es la edad que siempre mantiene el corazón latiendo aunque pasen los años. Ser niño nos mantiene con gran entusiasmo y curiosidad por cosas sencillas. 

Sólo reconozco dos patrias ahora, el país de la infancia y mi patria verde, la selva.

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