viernes, 24 de julio de 2009

El barón rampante otra vez


Leí el libro de Italo Calvino el 2005. Todavía me queda, y me quedará, la imagen de ese rebelde singular de los árboles. El libro no sólo fue leído; fue, ante todo, intensamente vivido. Me quedé atrapado, subyugado, hechizado, por cada aventura de ese loco rebelde. Era el mejor cómplice, y amigo, de Cósimo Piovasco de Rondó(lo sigo siendo). Seguí su vida de cerca, desde ese día de rebeldía a causa de un plato de caracoles, y eso fue suficiente para empezar la vida en los árboles; hasta su salto a ese globo aerostático, su glorioso final.
Quiero contar, además, esta historia de lector compulsivo, maniático. Leí, no me acuerdo exactamente si en una revista o en un periódico, pero lo juró que lo leí, las declaraciones del pintor peruano José Tola(también cuentista)que respondía a un periodista, después que éste lo acusara de lobo estepario, así: Lobo estepario no, barón rampante sí. Los buenos lectores entenderán al pintor. Los malos lectores, quizás el periodista, no. El barón rampante no era, de ningún modo, un lobo estepario. Él mantenía su círculo, impenetrable, pero estaba abierto al mundo. Hay años luz, claro está, de diferencia con las costumbres esteparinas.
Cuento otra pequeña historia que tiene que ver con el rebelde de los árboles. Yo sé lo que es subir y, de alguna manera, vivir unas horas en las ramas de los árboles. Cuando era niño, en la selva, Lamas, me pasaba la tarde con mi hermano y mis amigos en un árbol de mango. El árbol era nuestra casa, a veces nuestro templo y otras veces nuestro circo y, debo confesarlo, la nave espacial de donde me he caído tres o cuatro veces(una caída grave). Sin embargo, a pesar de todo, quería seguir trepamdo los árboles, quería ver el cielo y la tierra desde ese castillo con hojas, quería ver la luz. Era pues, de algún modo, un barón rampante también.
Los lectores urbanos, y con esto quiero decir aquellos que casi nunca disfrutaron de subir a un árbol y se pasaron su vida en las paredes de un departamento en alguna ciudad, quizás no disfruten, aún más, las aventuras del barón rampante. De alguna manera, ya lo dije, viví ese libro y me recordó mis aventuras de niño en los árboles. ¡Qué libro más bello!
Nunca creí que el barón rampante moriría. No. Me queda la imagen del barón rampante saltando de un árbol hacia una soga que colgaba de un globo aerostático y, poco a poco, desapareciendo en el horizonte o subiendo al cielo.
Sí. Lobo estepario no. Barón rampante sí, sí, sí.

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