martes, 24 de febrero de 2015

APUNTES DE UN SER ADOLESCENTE

Naciste con una finalidad, dice Baba: morir.

Una pregunta de oro, latente, y que no se puede esquivar: 

¿quién soy? 
Conocerse uno mismo es una tarea de toda la vida que requiere un trabajo duro, una disciplina constante y, sobre todo, honestidad consigo mismo. Pues no hay nada más bajo en el nivel del ser que creerse las propias mentiras, alimentarlas, soportarlas y hacerlas parte de uno mismo, casi hasta de la propia fisiología. Nada se puede lograr en ese estado de autoengaño, nada.

Quizás, en la gran mayoría de  los seres humanos, la tarea de conocerse uno mismo nunca llega a concretarse en todo el largo de su existencia. La muerte, pues, llega sin avisar y sin que uno se conozca del todo. Esa es una tragedía humana mayor. Pero, la muerte es parte de la vida. La vida no tendría sentido sin la muerte. Vida y muerte son movimientos eternos. Son amantes inseparables.

Conocer a los demás, en gran parte, está siempre sujeto a una tosca aproximación. Y, quizás, tal aproximación nunca sea buena ni, mucho menos, precisa. Uno nunca termina de conocer a los demás hasta que algún contexto muestra, en parte, lo que querian ser, y por otra parte, lo que siempre eran. Es entonces cuando otras personalidades emergen y cobran vida. Cuando esa diversidad de esas personas que habitan en la mente (personalidades), ninguna dueña de casa, hace de las suyas, el ser esencial, simplemente, queda postergado. Hay que matar a esas personas. Hay que llevar la cruz día a día, noche a noche, para no olvidarse que, tarde o temprano, hay que morir. Sin embargo, creo que hay una forma más precisa de conocer a los seres humanos: por sus actos. También ya lo dijo el maestro alguna vez. 

En fin. Un acto refleja, con mucha precisión, el nivel del ser. 

Creo que la manifestación del amor es el nivel más alto del ser esencial.



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