lunes, 7 de octubre de 2019

CUENTO: HISTORIA UNIVERSAL


(Crédito: aber bot)



Reduce las palabras y todo irá bien
Lao Tze


Todo empezó en las cavernas. Ella se quedaba al cuidado de los hijos. Los alimentaba,  los acariciaba y miraba sus ojos tiernos. Él salía de caza. Corría, saltaba, miraba a las fieras y perfeccionaba su instinto para la caza. 

Siglos después. Él miro al interior y algo nació. No tenía palabras para describir ese algo. Se quedó en silencio por años. Caminó solitario y muchas noches pasaron. Ella se quedó en la cabaña al cuidado de los hijos mientras él vagabundeaba por el bosque y también por el desierto.

El tiempo pasó. Él abrió su boca y trató de decir aquello que no puede ser dicho. Entonces él empezó a tener seguidores y también enemigos. Ella cuidaba de los hijos mientras agradecía al gran astro.

Pasaron otros siglos más. Los seguidores se organizaron. Él ya había muerto. Algo de lo que dijo se escribió, algo se interpretó y mucho se agregó. Ella juntaba las frutas en el bosque para alimentar a sus hijos. Caminaba descalza, agradecía a la tierra y al árbol.

Pasaron muchos años. La organización creció.  Se instauró un impuesto celestial. Los seguidores escribieron y dijeron mucho más por conveniencia. Y aquello de no puede ser dicho se perdió en el laberinto de las palabras. Ella acudía con sus hijos a la orilla del río y los miraba jugar con las piedras. Amaba el sonido del río y de la lluvia.

El tiempo siguió su curso. Los seguidores llevaron la palabra por todo el mundo. También participaron en guerras, cruzadas y en campañas políticas. Crearon al maligno y prometieron  lugares hermosos.  Las palabras aumentaban en proporción directa a la ignorancia. Ella miraba en silencio la tierra, los árboles y las aves del cielo.

Los siglos pasaron. Las palabras invadieron todo y se repetía aquello que nunca fue dicho. El cuerpo fue despreciado.  La dualidad se había instaurado en las mentes condicionadas. Ella miraba en silencio los ojos de su bebe mientras él succionaba su leche materna. Y el principio y el fin llegaba silencioso en ese instante  a su interior. El tiempo ya no era más el tiempo.

El final de los tiempos no había llegado y no llegará entre las palabras.  La organización era poderosa. Las palabras habían invadido las ciudades y los pueblos, los centros comerciales y los parlamentos, las universidades y las cantinas, los aeropuertos y los estadios, los juzgados y las calles. 

Ella permaneció en silencio sin decir nunca aquello que no puede ser dicho.



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