La poesía, también, puede servir para conocerse. Puede ser un instrumento para iniciar un camino interior y, con suerte, tener un pequeño vislumbre. Puede contribuir, al menos, a una cierta preparación iniciática o simulación(que siempre será una tosca aproximación) del trabajo interior. La utilidad de la poesía está en su inutilidad para digerirlo. La poesía no pasa, ya sea en su explicación o ya sea en su ultraje macabro por parte de la crítica(lo peor que puede haber) o ya sea es su intento de comunicar a espíritus dormidos o zombis, por los instrumentos rudimentarios de las palabras rebuscadas y discusiones bizantinas o voluminosas e inútiles escrituras. No me caguen con eso. La poesía está demasiado lejos de ser recepcionada a travéz de cualquier mecanismo democrático o uno de esos zombies abundantes: el hombre moderno. Imposible. Las grandes mayorias no son nada ante un solo individuo receptivo que es trapazado por el rayo laser de la poesía. Lo más cercano a un mecanismo de comunicación poética(y siempre imperfecto) sería, quizás, una completa anarquía individual de naturaleza suicidad o, simplemente, y sin ser contradictorio, a elegir sólo el silencio. Los poetas, además, son (intra)extraterrestres: no son de este mundo. Aunque, a duras penas, son capaces de vivir en el mundo sin estar en el mundo. Soportan el mundo con un guerrero espartano que debe venir con el escudo o sobre el, no hay una tercera opción. Sí, mis queridos y escasos drugos, la poesía tiene otra naturaleza: traspaza, es un laser poderoso, quema. La poesía en sí, entonces, no usa la digestión primitiva sino trabaja con luz, y la velocidad de la luz está años luz de la velocidad de la disgestión. Los verdaderos poetas, algunos, me entienden el asunto. Los zombies, y demás variantes, imposible. No jodan. Me voy.
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