Después de la expo-math, comme d'habitude, otra vez en mi biblioteca-habitación. No hay mucha bulla ni cucufatas. Eso es bueno, muy bueno. El viaje a la selva estuvo bacán. Visité los árboles de mi infancia: son amables, silenciosos y sabios. He escrito poco, casi nada; pero he leído, modestia a parte, más de la cuenta. ¿Cuánto? Lo suficiente para saber que a menudo se publican huevadas y que muy poco queda de esos buenos libros que te marcan con una cicatriz exquisita, invisible, y para siempre en tu vida. Lo suficiente para no creer en cortinas de humo, darse cuenta que los políticos hablan huevadas y que las conspiraciones y manipulaciones son el pan del cada día como también el incremento de sacerdotes pedofilos. Lo suficiente para ser un ateo que cree en dios. Yo me entiendo. Lo suficiente para darse cuenta que las universidades no tienen nada de universidades. Se entiende todo el asunto de lecturas sin considerar, claro esta, esas muchas huevadas que publican Coelho y la Isabelita Allende. Bueno, desgraciadamente, hay lectores robots: sólo reciben instrucciones. Si no fuera porque los libros están caros, como todas esas huevadas que se venden en ripley, creo que me pasaría toda mi vida leyendo-escribiendo, haciendo el amor, corriendo en la playa, metido en las tertulias literarias silenciosas conmigo mismo, con math y, sobre todo, haciendo ayahuasca y en silencio solitario. Mi primer desangramiento-tinta-bits del año. Me voy a dormir hipócrita lector.
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