Quizás una “razón”, acaso predominante, para dedicarse a la actividad artística es la huída de la vida cotidiana, mecánica y convencional, a un mundo diferente, exquisito y mágico. El mundo artístico, en mi opinión, puede parecerse más al “océano” que alude Newton: todo un misterio y un mundo por explorar.
El escape a este mundo no es una decisión convencional, sino, en el espíritu del artista, una necesidad que surge de un llamado interior profundo, inevitable.
La actividad artística exige una constante búsqueda y una aguda sensibilidad. La vida del artista es, en sí, una constante búsqueda. Están excluidas las actitudes ortodoxas, nada de eso puede sobrevivir en el mundo artístico. No hay un color gris o una visión tubular; existe, en cambio, una visión global y muchos matices.
La actividad artística, en principio, necesita de libertad para desarrollarse, de lo contrario está condenado a sucumbir en la sombra de la mediocridad y la rutina. Habló de esa libertad medular que requiere el espíritu creativo para volar alto, aquella si techo y que permita elegir todos los caminos y cielos posibles; infinitos mundos.
Hay dos elementos esenciales que están presentes en la actividad artística, yo los llamo: forma y contenido. Ambos elementos están mutuamente enlazados. La forma puede verse como una estructura moldeable, un instrumento adaptable y de goma, el medio para llegar a “algo”, las armar para el campo de batalla o la sala de operaciones quirúrgicas. Por otro lado, el contenido puede parecerse más a un “algo” envolvente, inspirador y motor del movimiento creador. La concepción de estos dos elementos es fundamental, no en un sentido teórico, sino en el grado necesario de madurez que requiere y debe tener el artista. El artista no sólo acepta esta presencia y lo explora durante su búsqueda, sino, inexorablemente, debe luchar con estos dos grandes demonios. Luchar en el sentido de tratar de armonizarlos.
La armonía en el arte, en mi opinión, no quiere decir la “perfección” en la obra artística, sino en el mundo interior del artista y en el descubrimiento o exploración de nuevas formas y contenidos.
El artista no persigue la armonía invariante o absoluta. El artista no busca absolutos. Por eso se dice que, hasta cierto punto, el artista individualiza y lo hace, muchas veces, para soportar la realidad o para transformarla dentro de la “esfera artista” de su mundo.
Tampoco, el artista, puede crear nada de la nada, pecaríamos en negarlo. Siempre existe la influencia, en mayor o menor grado, por así decirlo, de antecedentes artísticos. Claro, es evidente que a menudo ocurre que el artista va encontrando un hilo conductor y va librándose, paso a paso y en parte, de las influencias.
También no se puede iniciar una obra y luego conceptulizarla. Esto sólo prueba la mediocridad del artista.
Otro demonio con que se enfrenta el artista—y también los filósofos— es el “demonio de la belleza”. La concepción de belleza no es tan fácil de asimilar. Para digerirlo, en mi opinión, se necesita de una vivencia previa o de una recolección de experiencia artística que permita atinar, al menos, en el rabo de este “demonio”. Así, a posteriori, quizás logremos producir tantas concepciones de la belleza como artistas existan. Sin embargo, estoy convencido de que la belleza no puede pasar a ser un esclavo del gusto o del sentido de la vista, eso debe ser superado. En ese sentido, la belleza ocupa una categoría que agrupa diversos elementos y, por qué no, más demonios.
Las vivencias del artista se pueden mirar como el mármol que debe ser pulido mediante dos herramientas: pensamiento y lenguaje. Una vivencia vagabunda sólo pasará a dormirse en algún recodo de la ordinaria memoria. Sin embargo, no se debe esperar eso del artista, las vivencias deben pasar por todos los filtros sensibles, causar conflictos o diversas sensaciones, metamorfosearse en el crisol del espíritu creador o mirarse de todos los ángulos posibles. Es así que, en ese proceso, las vivencias se convierten en un ingrediente de la obra de arte que se mezclan con otros elementos, incluso los conflictos internos del artista. En este nivel, el arte de la pintura, deja de ser únicamente descriptivo. No digo que la vivencia individual y biográfica del artita determina su obra.
Hay mucho más que explorar. Stop.
Trujillo, invierno 2009.
El escape a este mundo no es una decisión convencional, sino, en el espíritu del artista, una necesidad que surge de un llamado interior profundo, inevitable.
La actividad artística exige una constante búsqueda y una aguda sensibilidad. La vida del artista es, en sí, una constante búsqueda. Están excluidas las actitudes ortodoxas, nada de eso puede sobrevivir en el mundo artístico. No hay un color gris o una visión tubular; existe, en cambio, una visión global y muchos matices.
La actividad artística, en principio, necesita de libertad para desarrollarse, de lo contrario está condenado a sucumbir en la sombra de la mediocridad y la rutina. Habló de esa libertad medular que requiere el espíritu creativo para volar alto, aquella si techo y que permita elegir todos los caminos y cielos posibles; infinitos mundos.
Hay dos elementos esenciales que están presentes en la actividad artística, yo los llamo: forma y contenido. Ambos elementos están mutuamente enlazados. La forma puede verse como una estructura moldeable, un instrumento adaptable y de goma, el medio para llegar a “algo”, las armar para el campo de batalla o la sala de operaciones quirúrgicas. Por otro lado, el contenido puede parecerse más a un “algo” envolvente, inspirador y motor del movimiento creador. La concepción de estos dos elementos es fundamental, no en un sentido teórico, sino en el grado necesario de madurez que requiere y debe tener el artista. El artista no sólo acepta esta presencia y lo explora durante su búsqueda, sino, inexorablemente, debe luchar con estos dos grandes demonios. Luchar en el sentido de tratar de armonizarlos.
La armonía en el arte, en mi opinión, no quiere decir la “perfección” en la obra artística, sino en el mundo interior del artista y en el descubrimiento o exploración de nuevas formas y contenidos.
El artista no persigue la armonía invariante o absoluta. El artista no busca absolutos. Por eso se dice que, hasta cierto punto, el artista individualiza y lo hace, muchas veces, para soportar la realidad o para transformarla dentro de la “esfera artista” de su mundo.
Tampoco, el artista, puede crear nada de la nada, pecaríamos en negarlo. Siempre existe la influencia, en mayor o menor grado, por así decirlo, de antecedentes artísticos. Claro, es evidente que a menudo ocurre que el artista va encontrando un hilo conductor y va librándose, paso a paso y en parte, de las influencias.
También no se puede iniciar una obra y luego conceptulizarla. Esto sólo prueba la mediocridad del artista.
Otro demonio con que se enfrenta el artista—y también los filósofos— es el “demonio de la belleza”. La concepción de belleza no es tan fácil de asimilar. Para digerirlo, en mi opinión, se necesita de una vivencia previa o de una recolección de experiencia artística que permita atinar, al menos, en el rabo de este “demonio”. Así, a posteriori, quizás logremos producir tantas concepciones de la belleza como artistas existan. Sin embargo, estoy convencido de que la belleza no puede pasar a ser un esclavo del gusto o del sentido de la vista, eso debe ser superado. En ese sentido, la belleza ocupa una categoría que agrupa diversos elementos y, por qué no, más demonios.
Las vivencias del artista se pueden mirar como el mármol que debe ser pulido mediante dos herramientas: pensamiento y lenguaje. Una vivencia vagabunda sólo pasará a dormirse en algún recodo de la ordinaria memoria. Sin embargo, no se debe esperar eso del artista, las vivencias deben pasar por todos los filtros sensibles, causar conflictos o diversas sensaciones, metamorfosearse en el crisol del espíritu creador o mirarse de todos los ángulos posibles. Es así que, en ese proceso, las vivencias se convierten en un ingrediente de la obra de arte que se mezclan con otros elementos, incluso los conflictos internos del artista. En este nivel, el arte de la pintura, deja de ser únicamente descriptivo. No digo que la vivencia individual y biográfica del artita determina su obra.
Hay mucho más que explorar. Stop.
Trujillo, invierno 2009.
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